Julio Verne, a cien años de su muerte
México, D.F., 23/3/2005 (apro).- Este 24 de marzo se cumple un siglo del fallecimiento del laureado escritor Julio Verne. Autor de 65 novelas, cerca de 20 historias cortas y ensayos, 30 obras de teatro, algunos textos geográficos y hasta libretos de ópera, se considera uno de los más populares escritores de la historia: según la prestigiosa revista francesa Paris Match ocupa el segundo lugar en ventas de libros (el primero lo ocupa El Capital, de Karl Marx). Al día de hoy sus novelas han sido traducidas a 112 idiomas.
¿Corazón de aventurero?
Los mitos sobre el origen aventurero de Verne son múltiples. La versión más conocida sobre la vocación marina del escritor nacido en Nantes en 1828 es la de su biógrafa Marguerite Allote de la Fuye, quien señala que siendo apenas un niño de 11 años, decidió escapar de su casa y hacerse a la mar. Quería ser grumete y más tarde marinero.
Allotee de la Fuye afirma que el niño no tuvo suerte en su peripecia, porque al poco tiempo su familia lo encontró justo cuando ya estaba a bordo de un barco que viajaba a la India. Su padre lo obligó a regresar y como castigo le dio una dosis de latigazos y lo encerró durante varios días a pan y agua. Eso no fue lo más doloroso.
Abogado estricto y autoritario, su padre lo obligó, además, a prometer que nunca más pretendería viajar más que con la imaginación. Como era su primogénito sería abogado como él y tendría que hacerse cargo del bufete jurídico que presidía. Julio, derrotado, juró solemnemente no volver a escapar nunca.
Sin embargo, según la enciclopedia Wikipedia, la historia –favorita de los admiradores de Verne-- es falsa.
En esta segunda versión se afirma que Julio y su hermano Paul, de vacaciones en su casa de verano, solían rentar una lancha. En alguna ocasión la corriente arrastró a Julio hasta que encalló en una pequeña isleta donde tuvo que esperar que bajara la marea y poder caminar hasta su casa. Su padre lo castigó severamente.
Verdaderas o falsas. Lo cierto es que a pesar de que escribió sobre lugares exóticos y misteriosos, Verne viajó muy poco durante su vida –su único viaje en globo duró 20 minutos.
En una carta a su editor Pierre-Jules Hetzel, confiesa: “Debo de estar un poco fuera de mis cabales. Siempre quedo atrapado en las extraordinarias aventuras de mis héroes. De lo único que me arrepiento es de no haber podido acompañarlos en sus viajes.”
Juventud Rebelde
La juventud de Julio Verne transcurrió entre enfrentamientos con su padre y los desaires de un amor platónico.
Cuando tenía 17 años mostró su gran interés por las letras escribiéndole una opereta para marionetas a su prima Carolina, sin recibir de ella más que desaires. Dos años más tarde la chica se casó con otro, marcando para siempre el carácter de Verne.
Para su fortuna, a los 20 años viajó a París y ahí de inmediato incursionó en el medio intelectual; entró en contacto con escritores de la talla de Víctor Hugo, Eugenio Sué, y consiguió la amistad y protección de los Dumas. Ya para 1850 finalizó sus estudios de derecho y se dedica de forma profesional a las letras.
Apasionado de las ciencias, Verne concibió para sí el ambicioso proyecto de crear una literatura que apoya su dramaturgia en la ficción de la ciencia. Era el siglo XIX, una época en la cual la épica estaba traspasada por el advenimiento de los nuevos descubrimientos y los nuevos avances de la ciencia. Las aventuras de sus personajes estaban documentadas de manera contundente. Al mismo tiempo, a través de sus conocimientos fue capaz de predecir muchos de los logros científicos del siglo XX.
Escribió sobre cohetes espaciales, submarinos, viajes a la luna, helicópteros, el fax, el aire acondicionado, misiles dirigidos, incluso el aire acondicionado.
Pero dedicarse a lo que le gustaba implicaba un rompimiento definitivo con su padre. En una carta escribió:
“Sabes perfectamente que, antes o después, ejerza o no el derecho durante unos años, si las dos carreras son proseguidas simultáneamente, una de ellas matará a la otra, y conmigo tu bufete no tendrá muchas posibilidades de longevidad.”
Como respuesta, Julio obtuvo la suspensión definitiva de la ayuda económica que su padre le otorgaba, por lo que decidió incursionar en la escritura de operetas, que en aquel tiempo se encontraban de boga. El resultado fueron unos cuantos dramas mediocres. Alguno se estrenó en el teatro que Dumas había comprado, pero él éxito obtenido fue nulo, tanto de crítica como de público.
Se cuenta que malviviendo en una buhardilla cochambrosa, sin un solo centavo en la bolsa y nada que comer, alcanzó apenas a comprarse un piano para preparar sus operetas. Se levantaba a trabajar a las cinco de la mañana y luego se iba a la Biblioteca Nacional a estudiar química, geología, geografía, botánica, mineralogía, cristalografía, oceanografía, astronomía, física y mecánica balística. Más tarde su primo le enseñó matemáticas y lo introduce al Círculo de Prensa Científica donde tiene contacto con exploradores, viajeros, periodistas y científicos.
Al mismo tiempo se dice que el propio Verne inflaba las historias que se tejían alrededor de él y que, en realidad, nunca dejó de ser un burgués, su padre finalmente lo perdonó y le heredó una cuantiosa cantidad de dinero.
El culto a Robinson Crusoe
Julio Verne pudo independizarse de su padre, pero no pudo impedir reproducir en su propia vida el autoritarismo y la rigidez afectiva de aquel.
Su matrimonio –sin amor-- fue un fracaso, y su propio hijo –justo como él-- se rebeló, nada más que con más mala suerte. Criado en un ambiente de olvido paterno, Michel fue enviado a un severo internado “para que lo enderezaran”, lo cual traumatiza al niño de tal manera que debe de recibir tratamiento psiquiátrico, que en la época era mucho peor que la enfermedad misma.
Para Miguel Salabert, autor del prefacio de “la Isla Misteriosa”, de Alianza Editorial: “El Robinson de Defoe, inspirado en el relato de la peripecia real del marinero Selkirk, naufragado en la Isla de Juan Fernández, ha generado una multitud de Robinsones. Pero el fundador, Crusoe, el hombre que no quiso ser hijo de nadie, el hombre que decidió engendrarse a sí mismo, al precio de la soledad y del parricidio moral o simbólico que constituye su fuga del hogar, ha devorado, como Cronos, a toda su estirpe. Con la sola excepción, acaso, de La isla misteriosa, de Julio Verne, modernización y a la vez recusación del padre fundador y del mito del robinsonismo como modelos anacrónicos. Puede verse, en efecto, en La isla misteriosa, una novela sobre la novela matriz y, en cierto modo, una tentativa de parricidio literario.”
Verne había confesado su sueño de escribir “un Robinson magnífico”, y el hacerlo se convierte en un tema obsesivo: “De ahí las múltiples variaciones con las que se desarrolla sus Viajes Extraordinarios, ya sea en forma grave o paródica, ya como mero instrumento ficticio de carácter pedagógico-experimental, en obras como La isla misteriosa, Dos años de vacaciones, La escuela de los Robinsones, Los Náufragos del Jonathan, El eterno Adán y Segunda Patria.
El misterioso Julio
Los biógrafos de Verne señalan que hacia 1880, el optimismo de sus primeras novelas fue sustituido por el pesimismo científico. Era un hecho que los avances tecnológicos conducían más a la dominación del ser humano que a su liberación.
Julio Verne muere el 24 de marzo de 1905 sin terminar una novela en la que anunciaba que las aguas de los mares inundarían al mundo.
Tal vez pensado en esos sucesos, el escritor Julio Verne escribió una novela muy peculiar: “El eterno Adán”.
Publicado en 1910 como parte de los cuadernos Hier et demain (Hoy y mañana) que aparecieron diez años después de la muerte de su muerte, “El eterno Adán” da cuenta los últimos días de la humanidad a través del diario de un sobreviviente. El diario es encontrado por Sofr-Ai-SR (terder representante masculino de la centésima primera generación de la línea de los Sofr).
La anécdota es brutal y se vuelve aún más si se asocia con el presente actual: Víctima de una catástrofe imprevisible, en tan sólo unas horas y sin previo aviso, prácticamente la totalidad del planeta queda cubierta por los mares.
Embarcados en el vapor “Virginia, los escasos sobrevivientes, sortean todo los mares escrutando el mundo en búsqueda de un resquicio de tierra. Al final de ocho desesperantes meses, al borde la muerte por inanición, encuentran un nuevo continente en el territorio que solía ocupar Cabo Verde. La tectónica de placas ha hecho surgir un nuevo mundo.
Si bien en los primeros años de escritor Julio Verne siempre fue optimista y mostraba un gran entusiasmo por los avances científicos del hombre, esta novela fue escrita cuando se encontraba ya descorazonado, había perdido su fe en la humanidad y presentía que a mayor avance de la tecnología, más rápida sería la destrucción de la vida en el planeta.
En “El eterno Adán” muchos de los sobrevivientes son científicos y poseen los conocimientos necesarios para reconstruir una civilización en el nuevo territorio emergido de las aguas, pero en este caso apenas si logran sobrevivir.
A diferencia de la “Isla Misteriosa” donde un islote había sido transformado prácticamente en un paraíso. En el caso de “El eterno Adán” no hay esa oportunidad para los últimos representantes de la humanidad.
Sobrevivir una catástrofe no les garantiza nada a los científicos y tener una formación académica, mucho menos. Con la catástrofe se perdieron todos los beneficios científicos y tecnológicos. Hay que iniciar todo desde cero, desde lo más primitivo. Se comienza de nuevo pero en un mundo arcaico y elemental.
Julio Verne fracasó en su matrimonio y en la paternidad. Además el 9 de marzo de 1886, su sobrino Gastón le da dos tiros (algunas versiones señalan que forcejearon y fue un solo tiro). Una de las balas se alojó en su espinilla izquierda y fue una herida difícil de cerrar.
Además, el ritmo de trabajo que se impuso le produjo severas alteraciones de salud y dolencias gástricas perennes, desmayos, parálisis facial y por último diabetes. Como consecuencia de esta enfermedad, pierde la vista, el oído y finalmente muere.