El Awen de Eoghan
Un cuento acerca de los Guerreros Celtas
Por Filsoleil (poema del final por Montsalvad)
I.
En lejanos tiempos y remotas tierras, De fríos bosques donde la magia envuelve en niebla A los viajeros que allí penetran, vivía un gran guerrero cuyos cabellos eran muy largos y del color del oro, sus barbas largas y rojizas, su tez muy blanca como el paisaje de invierno, y su cuerpo fuerte y de gran estatura. Su nombre era Eoghan. Un arpa llevaba al hombro y una espada al cinto. Y ambas impresionaban a cuantos le veían. Del arpa brotaban notas doradas cuando las cuerdas eran tensadas por sus dedos, y acompañados por su voz y sumergía a cuantos le oían en un éxtasis indescriptible y sublime. Cuando la espada era desenvainada y relucía A los rayos del tibio sol del verano los hombres se ponían en pie, y ella les guiaba hacia una muerte noble O hacia la Gran Libertad.
II.
Todos danzaban alrededor de grandes fuegos encendidos en el claro del bosque. Eoghan contemplaba desde lejos ese espectáculo nocturno que rendía homenaje a la tierra y los astros. Los sabios druidas se encontraban sentados alrededor del pueblo que festejaba, y las expresiones en sus rostros eran graves y felices al mismo tiempo. Ellos les guiaban en silencio. Había un grupo de músicos que aparecían totalmente transformados al tocar las vivas danzas y místicos aires, como si ya no fuesen ellos mismos sino notas de un solo acorde que vibraba en el aire y en los venerables robles. Los demás bailaban alegremente dando brincos en el aire, desafiando en éxtasis la gravedad de la tierra. Había gritos de furor y de ánimo para los músicos, y también cantos entonados por nobles voces. La bebida pasaba de boca en boca, uniéndoles a todos en un grande y mágico brindis. Eoghan, el gran guerrero, recordaba su alegría de antaño mientras veía esta escena en el claro del bosque iluminado por el fuego y la luna; se vislumbró claramente unos años atrás bailando alto en el aire con su bella prometida, y en medio de sus hermanos, participando en los ritos de las cosechas, de la tierra y de los solsticios. Y sintió un poco de nostalgia, pues su camino era ahora solitario como el de un ave nocturna. Mas sabía que él mismo lo había elegido y que este era el sendero del gozo de la Libertad, que le llevaría no obstante a través de la lucha contra los crecientes invasores, adoradores de los templos de piedra, las costumbres y los formalismos. Pero esta lucha conduciría a su pueblo por en medio de los árboles milenarios hasta el nacimiento de una nueva aurora del mundo, a la consumación del gran ideal de paz y fraternidad.
III.
Eoghan se preguntaba porqué los hombres que venían de más allá de los mares adoraban a dioses desconocidos en lejanos cielos, en vez de acudir al bosque, el templo de la transformación y la paz sin fronteras, donde el guerrero fiel es elevado al trono de las estrellas en las noches despejadas en medio del círculo de piedras. Su antiguo maestro Cianán, el Gran Druida, un anciano guerrero, cantor y mago le había enseñado que toda vida, hasta de la más insignificante hierba o el más pequeño animal debía ser respetada, y todo movimiento humano ser guiado por la sabiduría de la naturaleza. Y que si era inevitable tomar la vida de uno de estos seres, entonces se haría con la promesa de retornar en algún momento a la naturaleza todo lo recibido. Mas no pensaban así los hombres de allende los mares, cuyas leyes solo cobijaban a los hombres y eran dictadas por las conveniencias de algunos, y quienes no reparaban en destruir árboles y montañas para levantar templos a sus dioses y palacios a sus gobernantes. De esta manera nunca podrían alcanzar el verde mundo verdadero, donde se haya el origen de todas las formas, pues el sagrado Awen solo surge en las profundidades de la comunicación con todo ser viviente.
IV.
Eoghan fue sacado de sus reflexiones por un estruendo creciente, que aunque lejano hacía retumbar la tierra. Ese sonido le era familiar, recordaba haberlo oído antes y despertaba en él sombríos recuerdos. Su mente retrocedió en el tiempo y sintió de nuevo el frío sudor en el cuerpo de la mujer que amaba. El la sostenía entre sus brazos y ella deliraba, su pecho atravesado por una lanza. Ella había combatido con valor al enemigo pero había sido inútil, este era de una superioridad numérica arrolladora y había arrasado y quemado todo a su paso. Cuando Eoghan llegó del bosque era demasiado tarde… su prometida yacía en el prado de la aldea al borde de la muerte. Pero un guerrero celta no sucumbe en las redes del pasado, sino que permanece en el presente como una roca en medio de la tempestad. Hay un tiempo para llorar a los muertos pero pasa tan pronto como estos trascienden al verde mundo verdadero. La tierra y los hombres están en constante transformación y Eoghan sabía esto en su corazón. Los cascos de los caballos en el valle resonaban cada vez más cercanos, así pues la hora de demostrar su valía había llegado. Todos vieron entonces la espada de Eoghan resplandecer en lo alto lanzando destellos que reflejaban el fuego de las hogueras. Los druidas se pusieron en pie e invocaron las fuerzas del viento, los robles, los pinos y los cedros. Todos los demás también se pusieron en pie con aire desafiante y pronto cerraron filas en torno a los sabios druidas. Con un ardor creciente descendieron la colina, haciendo chocar sus espadas y escudos.
V.
Y el Awen despertó en las salvajes colinas, como el rugido de un mar tempestuoso, pero era también como un canto bello, suave, casi inaudible mecido en un espacio sin tiempo. Un viento sobrenatural les envolvió a todos, probando a su paso el filo de las espadas. Y un silencio mágico sobrevino a los guerreros. Cerraron los ojos y penetraron en un vacío sin forma. Sólo un sonido crecía lejano. Era como de tambores de guerra haciendo eco en las montañas. Y de gaitas llamando a la Libertad desde las cimas. Y de arpas y de flautas que en el seno del bosque invitan a una dulce muerte. Abrieron los ojos y de repente se encontraban en el fragor de la batalla. Descubrieron entonces que no había odio hacia el enemigo, ni deseos de dominar o matar. Sólo existía el brazo de la Libertad que movía sus brazos, y la voz de la tierra que llamaba de vuelta a algunos de sus hijos. Las espadas descendieron como rayos sobre los enemigos, rápidas, arrasadoras, con una fuerza que era incomprensible para el invasor. Todo terminó pronto. El enemigo quedó aterrado, pues jamás había visto un valor semejante, una fuerza tan desmedida, una devoción sin límites a la libertad. Los invasores sintieron todo el poder del Awen de los guerreros celtas. Y huyeron!
VI.
Cuando el sol ya esparcía sus rayos bienhechores y vivificantes sobre la tierra un canto de agradecimiento se comenzó a elevar de entre el pueblo y a él se unieron cada vez más y más voces. No celebraba la victoria sobre el enemigo ni la muerte de muchos en los valles y montes, sino el haber podido salvaguardar a los hombres y a los bosques en la sabiduría y la libertad. Era un homenaje a los árboles, de cuyas ramas se hicieron los escudos y lanzas, y a las piedras que preservaban la energía de la tierra, y a las aves del bosque que guiaban la senda de los druidas. Entonando este cántico subieron de nuevo a la colina, llevando en hombros a los caídos. Y tras despedirles fraternalmente confiaron sus cuerpos eternamente a las aguas del río, sabiendo que sus hazañas perdurarían por siempre. Esa noche todo el pueblo se congregó alrededor de un gran fuego, y rodeados por un círculo de piedras enormes rindieron homenaje a los héroes, los que sacrificaron sus vidas, y aquellos que permanecían en pie en el centro de todos. Eoghan, guerrero y bardo celta se hallaba en medio de ellos. Allí, entre sus hermanos, gentes sin temor ni ataduras, bajo la cúpula de estrellas el Awen se apoderó de él.
VII.
Eoghan tomó su arpa y mientras melodías de sobrenatural belleza fluían de sus dedos cantó:
De una lejana tierra vengo Trayendo conmigo Todo cuanto hubo Antes del primer aliento. Como el viento En medio del bosque Encontré refugio y sustento Y allí la noche Me convirtió en su elegido, Pues ni siquiera La sombra más oscura Pudo ocultarme su secreto. Desde entonces Soy la espada Que rompe las cadenas Y soy el báculo sagrado Que invoca el fuego. Soy la mano certera del guerrero Cuya fortuna Es su fuerza no desperdiciada, Y soy la altura invisible Desde la cual El halcón se arroja A la conquista del cielo... Soy Awen, La inspiración suprema, Y quien en mi se pierde Encuentra el Universo. |