Los hombres, si bien tienen por naturaleza, una igualdad de derechos y oportunidades, se distinguen por diferencias físicas, mentales e intelectuales; así como por las tradiciones culturales, familiares, sociales y el lugar donde se han desarrollado, ya sea en un ambiente completamente natural, como en el campo seminatural, como en conglomerados sociales, o artificial, como en las grandes urbes,; donde ven, viven o sienten muy poco los hechos naturales, tales como son y se presentan espontáneamente : sólo respiran.
El pensar racional, espiritual, la experiencia mística, el culto de la propia identidad, el trabajo, el amor y las relaciones interhumanas y familiares, entre otras, se ven influidas por la vivencia que se tenga de la Naturaleza y de la interacción que se mantenga con integridad cambiante.
Es hermoso y vivificante contemplar a la Naturaleza, reconocerla e integrarse a ella, para descubrir la verdadera relación del hombre con la misma y con el Cosmos en general.
El conocimiento del fundamento de nuestra propia alma y mente, nuestro intelecto y las cualidades más íntimas de nuestra vida emocional y acción, son influidas por los fenómenos naturales; lo mismo que el devenir permanente en el proceso espontáneo de desarrollo, hasta la individualización de la persona y su acción cultural en el ambiente familiar y social. Llevan la marca de la naturaleza.
El amor perdurable, como una fusión de la pasión física y atracción espiritual para impartir la energía para perfeccionarse y sublimarse a uno mismo con la persona amada, ayudar a ésta a alcanzar la perfección en la naturaleza, está lleno de desinterés, pleno de respeto y honestidad.
¨ Las grandes revelaciones místicas se dan en plena naturaleza, en personas jóvenes con un espíritu sencillo, apto para recibir una intuición manifiesta.
Es importante sentir en sí mismo la Naturaleza para tener una vida interior con autocrítica y autoanálisis profundos y sinceros, para dejar libre y espontánea la inspiración y las emociones que subyacen en nuestro inconsciente, de modo, que afloren al foco de la conciencia para darnos las grandes realizaciones.
Para entender a la naturaleza no basta con los conceptos mecánicos y físicos, sino que hay que tener en cuenta las leyes espirituales, que también siguen el orden perfecto en el espacio y el tiempo. La idea de la unidad esencial del hombre y la Naturaleza, la propia vida humana es una participación, de un movimiento cósmico universal dentro de la propia naturaleza.
Asociada a la Naturaleza, está la espiritualidad inconsciente, que no son secuelas olvidadas según San Agustín o las percepciones oscuras de Leibniz, sino que es el verdadero fundamento del ser humano según Jung, por estar enraizado en la vida invisible del Universo, y ser, por lo tanto, el verdadero nexo de unión del hombre con la Naturaleza; lo que nos permite lograr conocimientos directos del Universo, ya sea mediante el éxtasis místico, la inspiración poética o artística o a través de una verdad científica surgida del inconsciente, o buscada afanosamente dentro de la propia Naturaleza.
El hombre, en su estado primordial, original, vivía en armonía con la Naturaleza, se identificaba con la misma; luego se separó parcialmente de ella, pero nuevamente busca el reencuentro y su valorización como fuente vital y espiritual de bienestar y salud.
La Sociedad y el Estado, son organismos sociales, productos de una evolución natural y no una creación artificial del hombre para su propia conveniencia. El deber del individuo consiste más bien en subordinar sus intereses personales a los del grupo, y conseguir así la libertad auténtica dentro de la Naturaleza y de la sociedad, como derecho natural, según el pensamiento de Kant: "Veneración preferida, querida Naturaleza" que "eres hermosa como verdadera, y bella como buena".
Los bosques, los arroyos, las montañas, nos irradian poderosas fuentes de energía natural, que hacen al hombre mejor y hacen nacer y despertar creaciones sublimes. Bajo el influjo de la contemplación de la Naturaleza, surgen del inconsciente ideas maravillosas, que elevan al hombre a lo más alto: el amor verdadero. |