La espiritualidad del hombre puede tener raíces biológicas como resultado de la evolución, según revelan gran cantidad de datos científicos.
El primer indicio de espiritualidad en el homo sapiens y en el neandertal, fue hace más de cien mil años cuando ambas especies comenzaron a enterrar a los muertos en un mismo lugar y de un modo ritual. Los arqueólogos encontraron numerosas sepulturas de esa época.
Algunos científicos tratan de buscar en la biología humana los orígenes de la religiosidad.
Jesse Bering, psicólogo de la Universidad Norirlandesa de Belfast, estudia la influencia de la creencia en el desarrollo de la espiritualidad.
A nivel académico se cuestiona si la religiosidad se transmite culturalmente o si también tiene un fundamento evolutivo y neurobiológico.
Los experimentos realizados con la misma proporción de niños de hasta doce años de familias creyentes y no creyentes, mostraron que la mayoría de ellos, ante la presencia de la muerte biológica de un animal, creían que su alma sobrevivía.
Con este resultado se pudo inferir la posibilidad de que la espiritualidad pueda ser una capacidad innata y no provenir solamente de la influencia social.
Estudios científicos con gemelos univitelinos criados en diferentes familias, realizados por Thomas Bouchard y Laura Koenigs de la Universidad de Minnesota de Minneapolis, plantearon esta hipótesis comparando la inteligencia, la tendencia a la músicalidad y a la religiosidad; y comprobaron que los factores genéticos participan en esas tendenciasjunto con la educación.
Así como las capacidades cognitivas y musicales, la religiosidad también tiene un notable origen genético, entre un 40 a un 60% de incidencia.
La religiosidad parece no tener una función adaptativa, pero sí puede predisponer mejor a los grupos a desarrollar confianza mutua y colaboración recíproca para la supervivencia.
El amor al prójimo y el compromiso social es común en quienes tienen una motivación religiosa.
Charles Darwin, como teólogo y naturalista contribuyó como científico a la separación entre la fe y el saber.
La fe impulsa al hombre a ser altruista y según las investigaciones realizadas por la bióloga Montserrat Soler, en Brasil, se pudo constatar que cuanto más difíciles son los rituales mayor es la disposición de sus fieles para ayudarse mutuamente.
En Estados Unidos, las investigaciones coinciden en que la epilepsia del lóbulo temporal hace que los hombres que la padecen sean particularmente religiosos.
Las mujeres practican más activamente la fe que los hombres, además de involucrarse más en cuestiones pedagógicas y sociales. Son las que más se comprometen con la fe mientras los hombres ocupan los puestos religiosos de poder más destacados.
El antropólogo social polaco Bronislaw Malinowski afirma en su tesis de 1935, respaldada por estudios hechos en la Universidad de Vancouver, que los humanos de todas partes del mundo veneran a sus antepasados y a sus dioses y que todas las religiones premian la virtud y castigan las faltas.
Se presume que la religiosidad tuvo su aparición como consecuencia del aumento del cortex prefrontal del hombre, región del cerebro que se relaciona con la memoria biográfica, la planificación, los valores y el control de impulsos.
El hombre tiene la posibilidad de reflexionar sobre la vida y esto lo obliga a buscarle un significado y a vincular las desgracias personales a la falta de armonía en su relación con seres sobrenaturales, sirviéndole los rituales para restablecer el vínculo y lograr mayor confianza y colaboración recíproca.
Los datos sobre la mayor cantidad de hijos entre los creyentes con respecto a los no creyentes, está a favor de la teoría del desarrollo evolutivo de la religión, así como los numerosos resultados en la investigación de género con un mayor porcentaje de mujeres a favor de las doctrinas religiosas tradicionales.
La ciencia no obstante no puede comprobar con sus parámetros, si la religión está expresando una verdad suprema o si se trata de un fenómeno natural de la evolución para favorecer la supervivencia, porque se trata de dos niveles de conocimientodiferentes.
Fuente: “Mente y Cerebro”, No.45/2010, “Homo Religiosus”, Michael Blume.