Estoy observando una tendencia desde hace un tiempo, tanto en mí como en los que estamos con la conciencia despierta: estamos hartos y cansados.
No valen eufemismos ni sutilezas. Como me dijo un paciente: “¡No doy más! ¿Cuándo va a ser mi tiempo, cuándo van a abrirse las posibilidades?!”. Muchos sentimos así. Estamos trabajando en nosotros mismos (y algunos también con otros) desde hace años, hemos tomado decisiones fundamentales, hemos pasado por toda clase de pruebas, pero… pareciera que todavía hay más de eso y nada bueno por delante.
Me han sucedido varias de estas crisis en estos años. “¿Hasta cuándo?” es la pregunta más frecuente. Luego de cada una de ellas, he elegido continuar no sólo porque no puedo hacer otra cosa (mi corazón está en ello más allá de cualquier lógica o problema) sino porque me he dado cuenta de todo lo que he aprendido y cambiado en ese tiempo, en una nueva espiral de evolución.
A pesar de que mi pasado es casi inexistente ahora (superado, perdonado, olvidado, en paz), sí recuerdo el vacío y la frustración, el miedo y la desvalorización en que vivía. Cada persona y situación en el camino me han vuelto más fuerte, confiada, serena y plena. No puedo más que agradecer.
Nos enganchamos de objetivos y cifras externos para medir cuánto hemos avanzado, sin darnos cuenta de que eso lo hace el Ego. La meta de nuestra alma es el aprendizaje. No le importa si debemos perder un empleo, amigos, comodidades o lo que sea para lograrlo.
Ahora, ¿es necesario que sea tan dramático? Obviamente que no, pero nuestras resistencias lo hacen forzoso. Y esto es así tanto para los que no están en el camino sagrado como para los que lo estamos. Observo una enorme ilusión y escapismo pueril en muchos. Como si, porque leen, meditan, hacen trabajos energéticos o se juntan en grupos “es piri tuales” (lo pongo entre comillas porque todo es es piri tual), las cosas del mundo se les darán mágicamente (o los extraterrestres los vendrán a rescatar).
No existe tal cosa. No podemos escapar de la labor interna, de la integración sombra/luz, femenino/masculino, interior/exterior, de la dualidad. Y esto se dará en lo cotidiano: en las relaciones personales y sociales, en el trabajo, en la economía, en el ocio, en todo.
Otra cosa que observo es cómo el pasado no resuelto está apareciendo para ser sanado e integrado. Puede tomar la forma de personas, de circunstancias, de emociones, de enfermedades, de cosas que se rompen y necesitan ser reparadas, etc. Estamos limpiando y cerrando. No podemos entrar a lo Nuevo colgados de lo viejo. Tenemos que estar vacíos y plenos. Vacíos de conflictos y plenos de nosotros mismos.
En este complejo panorama, la perseverancia es fundamental. Cuando nos sentimos agotados, drenados, desalentados; cuando las situaciones se presentan complicadas y desafiantes; cuando parece que los demás (sobre todo, los que están atados a la vieja energía) obtienen las mieles del éxito y nosotros estamos perdidos, como habiendo saltado al precipicio y pataleando en el aire; cuando reclamamos en la oscuridad… la potencia del alma, que persiste en la eternidad del Universo, susurra que continuemos, muestra la luz al final del túnel, proporciona el calor que necesitamos.
Jamás nos abandona y nosotros tampoco debemos abandonarnos. Antes de sentarme a escribir estas palabras, estaba mirando la lluvia por un ventanal. Recordé que, por años, tuve una enorme gotera que caía directamente sobre mi cama. El consorcio se resistía a arreglarla porque era muy complicado y costoso. Después de insistir largamente, lo hicieron. Comencé a agradecer que ahora estuviera arreglado y se me llenaron los ojos de lágrimas. Me surgieron tantas situaciones en las que siempre se solucionó todo, cuánto he sido protegida y ayudada por tantas personas (los medios amorosos que Dios/Diosa utilizó para hacerlo), cuánto mejor estoy ahora, cuántos hermosos proyectos albergo en mi corazón, qué maravilloso es estar en este tiempo y lugar excepcionales.
Vuelvo a llorar sobre el teclado: somos cuidados y amados más allá de cualquier oscuridad y dificultad. Reemplacemos el NO por el SÍ. Laboremos cariñosamente adentro y afuera. Sin esfuerzo, pero con confianza. Unidos. Pronto, tendremos un empujoncito liberador. Persistamos.