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Meditación: Meditar con el corazon
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De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 08/05/2011 07:46

En vez de intentar frenar los pensamientos de uno concentrándose en la mente, nos concentramos en el corazón y en el sentimiento de amor en el corazón, y así uno deja la mente detrás. Las formas mentales lentamente mueren y nuestras emociones también se aquietan. La “meditación del corazón” es una práctica que ahoga la mente y las emociones en el océano del amor.
Para [practicar] la meditación del corazón, basta con que el cuerpo esté relajado, la posición física no importa: uno puede sentarse o aun acostarse.
El primer estadio en esta meditación es evocar el sentimiento de amor, el cual activa el chacra del corazón. Esto puede hacerse en una variedad de formas, la más simple de ellas es pensar en alguien que amamos. Puede ser Dios, el gran Amado. Pero a menudo al principio Dios es una idea más que una realidad viviente dentro del corazón, y es más fácil pensar en alguien que amamos, un amante, un amigo.
El amor tiene muchas cualidades diferentes. Para algunos el sentimiento de amor es una calidez o dulzura, suavidad o ternura, mientras que para otros tiene un sentimiento de paz, tranquilidad o silencio. El amor también puede llegar como dolor, un dolor en el corazón, como un sentimiento de perdida. No importa como nos llegue el amor, nosotros nos hundimos en ese sentimiento; nos introducimos completamente en el amor del corazón.
Cuando evoquemos este sentimiento de amor, los pensamientos vendrán, entrometiéndose en nuestra mente—lo que hicimos el día anterior, lo que haremos mañana. Los recuerdos pasarán flotando, las imágenes aparecerán frente al ojo de nuestra mente. Debemos imaginar que agarramos cada pensamiento, cada imagen y sentimiento, y lo sumergimos, fusionándolo en el sentimiento de amor.

Todo sentimiento, especialmente el sentimiento de amor, es mucho más dinámico que el proceso de pensamiento, de modo que si uno hace esta práctica correctamente, con la mayor concentración posible, todos los pensamientos desaparecerán. Nada quedará. La mente se vaciará.
Esta meditación se practica tanto individualmente como en las reuniones grupales. En una reunión de grupo, la energía de amor se acrecienta gracias a todos aquellos que participan, los más fuertes interiormente ayudan a los menos experimentados. Unos pocos corazones que anhelan por Dios amplifican muchas veces el poder del amor presente en las reuniones.
Individualmente esta meditación debiera inicialmente ser practicada por lo menos por media hora por día. Temprano por la mañana, es el mejor momento porque hay menos formas mentales en el aire y no estamos saturados por las actividades del día. Meditar antes de dormir también es una buena práctica. Pero esta meditación no es una disciplina prescripta rígidamente— no debiera ser forzada. Como en todas las prácticas sufíes, si hay demasiado esfuerzo, no es espiritual. Y algunas veces uno es llamado a meditar inesperadamente. El corazón, que ha sido despertado, nos llama. Entonces si es posible, uno se aleja de las actividades externas y se sienta en silencio por unos minutos o tal vez horas, convocado por el amor a la cámara más profunda del corazón.
A su debido tiempo, llegamos a hacer nuestra la meditación; encontramos el tiempo que coincide con nuestro horario y naturaleza interior. Hay también diferentes formas de evocar inicialmente el amor y aquietar la mente. Mientras que algunos practicantes instintivamente despiertan el amor en sus corazones, otros comienzan pensando en sus maestros, o imaginándose en su presencia. Otros comienzan con el dhikr, repitiendo Allh unas cuantas veces, para armonizarse internamente con las corrientes de amor.
Usualmente dejamos que los pensamientos vayan y vuelvan mientras nos concentramos en el amor. Pelearse o discutir con la mente tan sólo le da más energía: la mente gusta de las buenas discusiones. Pero también hay períodos en los que necesitamos utilizar todo nuestro poder de voluntad para ‘frenar’ la mente, cortar su incesante parloteo e interminables discusiones. Sin embargo, a la mente no le gusta ser controlada ni perder su poder y autonomía, y comúnmente va a contraatacar creando pensamientos que sabe que nos “seducirán más”, tratando de distraernos de nuestra concentración en el amor. Es mejor dejar al amor hacer su trabajo, permitiendo que su poder conquiste la mente.
Al subyugar la mente al corazón, ofrecemos al Amado nuestra conciencia individual, esa chispa de Su Divina Conciencia, que es Su obsequio a la humanidad. Tantas maravillas y tantas maldades se han ejecutado con Su regalo de conciencia! Pero para realizar el viaje de retorno a Dios necesitamos devolver este regalo, fuente de la ilusión de autonomía de uno mismo. Cada vez que nos entregamos a la meditación, sacrificamos nuestra conciencia individual en el altar del amor. Al hacer esto, hacemos un espacio para que Él se revele a Sí Mismo:
“Anda, barre la morada de tu corazón, prepárala para ser el hogar y el domicilio del Amado: cuando tú te vayas, Él entrará. En ti, cuando seas libre del ego, Él mostrará Su Belleza”.(8)
Al vaciar la mente, creamos un espacio interior donde podemos percibir la presencia del Amado. Él está siempre allí, pero la mente, las emociones y el mundo exterior Lo velan de nosotros. Él es el vacío silencioso, y para poder experimentarLo, necesitamos aquietarnos. En meditación, nos entregamos nuevamente a Él, retornando desde el mundo de las formas al océano ilimitado de amor en el corazón.

EXPERIENCIAS BÁSICAS: EL SILENCIO INTERIOR Y CAPTANDO PISTAS (e indirectas)

El amante de Dios anhela ir más allá de la mente y del ego, ser inmerso en el amor del océano ilimitado. Sumergiendo la mente dentro del corazón, esperamos ser tomados, absorbidos en el vacío del amor. Sin embargo, esta entrega completa de uno mismo lleva tiempo, paciencia y práctica. Los estadios iniciales de meditación son a menudo el trabajo de aquietar la mente y las emociones, creando un espacio libre donde podamos estar atentos al amor y escuchar la voz de nuestro Amado.
Él se revela a Sí Mismo a aquellos que Le aman, y es siempre un acto de Su gracia. El trabajo del amante es el de esperar, de estar siempre escuchando por si Él llama. “Captar la indirecta divina” es una práctica importante sufí en la cual aprendemos a estar continuamente atentos a nuestro Amado para servirLe. Pero muy a menudo el clamor del mundo nos ensordece y el ruido de nuestra propia mente nos distrae fácilmente. Para poder oír la guía que viene desde adentro, necesitamos armonizarnos con la frecuencia del corazón y ser sensibles a la tranquila y pequeña voz del Ser. Necesitamos concentrar nuestra atención en el mundo interior y cultivar la quietud. Shiblî cuenta la historia de haber ido a visitar al maestro sufí Nûrî, y verlo sentado en meditación tan inmóvil que ni un pelo se le movía. Él le preguntó a Nûrî: “¿De quién aprendiste tan profunda meditación? Nûrî respondió: “lo aprendí del gato esperando cerca de una ratonera. El gato estaba mucho más quieto que yo”.

En el silencio del corazón, la atención del amante de Dios es receptiva, esperando al Amado. La meditación es un estado de receptividad, es un receptáculo de comunión con Dios. Con el tiempo, el amante aprende a llevar este estado de atención interior todo el tiempo, siempre manteniendo el oído interno atento a la voz del Amado, siempre receptivo a Su indirecta. Pero en los primeros estadios del sendero puede ser difícil escuchar Su voz cuando estamos comprometidos en actividades de nuestra vida exterior. La meditación también nos alinea con las frecuencias más elevadas de la insinuación divina, porque la indirecta de Dios es “más rápida que el rayo”. Por medio de la práctica continua de meditación, la mente se purifica y disciplina, haciéndose más accesible a la voz del Amado.
Al principio tenemos que aprender el arte de escuchar, el arte de estar internamente presentes, atentos y vacíos. Debemos aprender a ser silenciosos, porque el oír nace del silencio y sólo en silencio podemos escuchar la voz de nuestro Amado. También podemos aprender a preguntar, a buscar guía para nosotros y para otros. Inmersos en el silencio del corazón, podemos hablar más directamente con la fuente, preguntar sin las distorsiones y disturbios de la conciencia cotidiana. Y en este silencio, entregándonos al vacío, nos hacemos receptivos a toda respuesta que podamos recibir. A menudo meditamos, pero a pesar de que preguntamos no llega ni guía ni consejo; nos quedamos solos en el espacio vacío de nuestro escuchar. Pero el oír del corazón es siempre un acto de amor, una reunión, incluso cuando no se oiga nada. Escuchar es una sabiduría muy fácilmente descuidada, porque es femenina, receptiva y velada, y nuestros valores culturales sólo valoran lo visible. Sin embargo Rûmî sabía la parte importante que juega en nuestro amor, en la relación sin palabras con nuestro Amado:
“Haz una oreja de la totalidad de ti, de cada átomo de tu ser y escucharás en cada momento lo que la Fuente te susurra, tan sólo a ti y para ti, sin ninguna necesidad de mis palabras ni las de ningún otro. Tú eres—todos somos—el amado del Amado, y en cada momento, en cada evento de tu vida, el Amado está susurrándote exactamente lo que necesitas oír y saber. ¿Quién podría explicar este milagro? Simplemente es. Escucha y lo descubrirás a cada instante que pasa. Escucha y toda tu vida será una conversación, en pensamiento y acción, entre tú y Él, directamente, sin palabras, ahora y siempre”.(9)
Mediante nuestra meditación, aprendemos el arte de estar en silencio, receptivos, vacíos y atentos. Aprendemos a escuchar con el oído interior del corazón que se afina acorde a la voz de nuestro Amado. Al subordinar la mente a la meditación, también aprendemos a entregarnos a una realidad que no está limitada por la razón, y esto nos ayuda a seguir incondicionalmente la pista o sugerencia divina. Inmersos en el amor, la mente se hace más y más maleable, menos cristalizada y aprende a aceptar una autoridad superior que no sigue las leyes de la lógica. La meditación inunda la mente con luz y amor, cambiando su textura, haciéndola más accesible a la sabiduría y guía que vienen desde la dimensión unitiva.
El amante espiritual es el sirviente del Bienamado, y es en el corazón donde Él hace conocer Sus necesidades. Cuando el ego y la mente se subordinan al amor, somos capaces de estar atentos a Aquel a quien amamos. Al permanecer atentos al corazón, somos capaces de satisfacer el objetivo más profundo de nuestro ser, “estar aquí por Él”.
Había una vez un gobernante que tenía un sirviente a quien el cuidaba más que a sus otros servidores; ninguno de ellos era más valioso o más bello que este. Le preguntaron al gobernante acerca de esto, y él entonces quiso que quedase clara la superioridad del servicio de este sirviente sobre todos los demás. Un día él estaba cabalgando con su séquito. En la distancia había una montaña con la cumbre nevada. El gobernante miró la nieve e inclinó la cabeza. El sirviente salió galopando en su caballo. La gente no entendía por qué salió galopando. Al poco tiempo el sirviente volvió con un poco de nieve, y el gobernante le preguntó: “¿Cómo supiste que yo quería nieve?”
El sirviente respondió: “Porque tú la miraste, y la mirada del sultán sólo expresa firme intención”.
Entonces el gobernador dijo: “Yo le otorgo favor y honor especial porque para cada persona hay una ocupación, y su ocupación es observar atentamente la dirección de mi mirada y mis estados de ser”.(10)
La meditación nos prepara para el trabajo de servicio. Nos armoniza con las frecuencias más elevadas de Su indirecta o pista, y nos lleva dentro de la cámara del corazón donde el amante y el Amado se comunican. Meditar nos ayuda a vivir en Su presencia y a hacer Su voluntad.


ESTADOS MÁS AVANZADOS: DHYANA y SAMADHI

La práctica regular de meditación prepara un lugar para el encuentro del amante y el Amado. Dentro del corazón, el amante y el Amado están siempre unidos, pero para tornarnos conscientes de esto, el ego y la mente deben hundirse en el amor. El mundo de separación del ego se disuelve en las corrientes del amor que son activadas mediante la meditación del corazón. Técnicamente, el acto de concentrarse en el sentimiento de amor en el corazón activa el chakra del corazón, el centro psíquico que experimenta y genera el amor. El chakra del corazón comienza a girar, lo que genera más amor, que a su vez ayuda a aquietar la mente. A medida que la mente se aquieta más, el chakra del corazón gira a mayor velocidad, lo que actúa como reacción en cadena, aquietando más aún la mente. Eventualmente, el amor inunda completamente la mente. Este es el primer estadio de dhyana,(11) la completa abstracción de los sentidos.
La experiencia de dhyana raramente ocurre durante la primera práctica de meditación. Puede tomar meses y hasta unos cuantos años alcanzar esta etapa. Cuando experimentamos dhyana inicialmente, es habitualmente por una fracción de segundo, y la mente ni siquiera se da cuenta que se ausentó. Por un instante la mente se zambulle en el infinito y hay poco o nada de conciencia de lo que ha sucedido. Por tan sólo un momento, dejamos de estar presentes. Gradualmente la mente se va por períodos más largos, que se asemejan al dormir, porque es el equivalente conocido más cercano a este estado inconsciente o sin mente. Pero no es dormir, y, si uno es observador, se da cuenta que cuando salimos del estado de dhyana hay una cualidad diferente del despertar del dormir. Puede haber una sensación de ser, o una claridad distinta de la “borrosidad” del dormir. O podemos salir con una dulzura en el corazón, una suavidad, una ternura o con un acentuado sentimiento de anhelo. A veces pareciera como si uno gradualmente retornara de una gran distancia. De hecho durante el estado de dhyana la mente del individuo se sumerge en la mente universal. Uno se fusiona en la fuente.
Pero la mente no toma a la ligera esta pérdida de control. A menudo vuelve a la lucha, generando toda forma de pensamientos. También puede evocar temor, conductas de ansiedad, y aun pánico. Durante la mayor parte de nuestra vida, la mente ha dominado y ahora está perdiendo su control. Algunas veces la mente, justo antes de sumergirse en el estado de dhyana, se asusta, al ser confrontada por una experiencia en la cual ella no existe. Puede jalarnos desde el borde, atraparnos nuevamente a través de pensamientos auto-creados. Pero mediante la perseverancia, la energía del amor triunfa y gradualmente, la mente se acostumbra a esta transición y acepta su propia inexistencia.
Dhyana es la primera etapa en la meditación del corazón. Hay diferentes niveles de dhyana a medida que el amante se sumerge más y más profundamente en una realidad más allá de la mente. Cada vez más, uno siente la paz, quietud y profunda sensación de bienestar que provienen de estar inmerso en algún lugar donde no hay dificultades de dualidad, ni limitaciones del mundo de la mente y los sentidos. Por unos pocos minutos, tal vez una hora por día, a uno le es permitido fundirse en una realidad más vasta, donde los problemas que nos rodean durante la mayor parte del tiempo no existen. Los estados de dhyana gradualmente nos llevan a los estados de samadhi, donde despierta un nivel más elevado de conciencia. Dhyana es
la primera fase después de trascender la facultad de pensamiento de la mente, y desde el punto de vista del intelecto debe ser considerado como un estado de no-conciencia. Es el primer escalón más allá de la conciencia tal como la conocemos, la cual eventualmente llegará, a través de una gradación sencilla al estado de samadhi, o estado supra-consciente. El nivel más elevado de dhyana se transforma gradualmente en los estadios más elementales del samadhi, los cuales todavía no son completamente conscientes. El nivel más avanzado o elevado de samadhi representa el completo despertar a la divinidad de uno mismo.(12)
Los estados de meditación cambian lentamente. El corazón es activado y la energía del amor lentifica la mente. La mente pierde su poder de control y se pierde la conciencia individual, al principio es por tan sólo un instante, y luego por períodos gradualmente más largos. El amante es absorbido, hundido en el océano del amor.
Más adelante, en este estado de inconsciencia un nivel más alto de conciencia comienza a despertar. Al principio podría haber una sensación de ‘no ser [tener] una identidad egoica’, porque este “ser” no está separado, sino que contiene todo dentro de sí. Este es nuestro verdadero y único Ser que no está separado de la Totalidad. La sensación de despertar puede estar acompañada de paz o beatitud. Es la paz que pertenece al Absoluto, la felicidad que es la envoltura del alma (ananda maya kosha).
La dificultad al describir las experiencias de samadhi es que ellas pertenecen a un diferente nivel de realidad, más allá de la mente y la cualidad de diferenciación. Esta es una dimensión de unicidad en donde los diferentes estados se interpenetran. En el samadhi comenzamos a experimentar nuestra verdadera naturaleza, la cual es un estado unitivo: nosotros somos lo que experimentamos.
Gradualmente vislumbramos, nos fundimos con la unicidad que lo abarca todo, y con la energía de amor que pertenece al Ser y que es el fundamento de toda la vida. Y esta unicidad no es estática sino que es un estado altamente dinámico que cambia constantemente. También nuestra experiencia cambia: no hay dos meditaciones que sean iguales, y nuestra experiencia se hace más profunda y rica, y más y más completa. En el plano unitivo todo tiene su propio lugar y satisface su verdadero objetivo. Aquí la auténtica naturaleza de todas las cosas que son creadas está presente como una expresión de la Unidad y Gloria divinas. En el mundo exterior sólo experimentamos una fragmentada impresión de nosotros y nuestra vida. Aquí todo es completo y llegamos a saber que todo es como debiera ser.
Cada caminante espiritual tendrá sus propias experiencias a medida que vislumbre la unicidad y la verdadera naturaleza de su divinidad. También hay diferentes niveles de realidad más allá del ego. En distintos estados de meditación uno puede ser llevado a estos diferentes niveles. Allí se encuentra el plano de la conciencia pura, buddhi o conciencia superior, el cual funciona sin las limitaciones de la dualidad. Esta clara luz de la conciencia carece de las distorsiones del ego y los deseos, y ve las cosas en su verdadera naturaleza, en la que su auténtico propósito es revelado. Aquí el conocedor y el conocimiento son uno en un saber que pertenece a nuestra naturaleza interna y su interconexión con la totalidad de la vida. En este estadio, el conocimiento que necesitamos es accesible instantáneamente. (Para la mayoría de la gente esta cualidad de “saber” es experimentada como intuición, cuando de pronto, sabemos algo sin ningún proceso previo de pensamiento). La conciencia pura es un estado de ser en el que la percepción está presente en su naturaleza esencial—el individuo es el estado de conciencia.
Y luego el peregrino puede profundizar su práctica, disolviéndose en el océano ilimitado del amor, que puede parecer ser la nada para la mente, pero que es una nada que nos ama y nos cuida con infinita ternura. El amor que se experimenta más allá de la mente es completo e intoxicante, aquí no hay límites ni limitaciones. El amor que pertenece al mundo exterior se transforma en un pálido reflejo y distorsionado del amor verdadero al nivel del alma. Uno es amado completamente y se da cuenta que es siempre de este modo, pero que uno no lo sabía; y estas experiencias de amor y beatitud se profundizan y enriquecen con el tiempo. La unicidad del amante o enamorado y el Amado, el encuentro, la fusión, el disolverse en el amor “como el azúcar en el agua” pueden ser tan sólo insinuadas. Como nos dice Kabir: “No puede ser dicho con las palabras de la boca. No se puede escribir en papel. Es como un mudo que prueba algo dulce. No lo puede explicar”. Emergemos de esos estados confundidos, descarriados, y lo daríamos todo con tal de probar otro sorbo de este delicioso vino.
Y más adelante, más allá de los límites de lo conocido [sobrepasando el nivel del Ser], es el dominio de la Nada [o inexistencia], confín desde donde ya no llegan más noticias. En este estadio, todo rastro del amante es absorbido, y uno retorna de estas experiencias, sin saber nada excepto que uno fue arrebatado. Este es el verdadero lugar de reposo del místico. En las palabras de 'Abdu'l-Qdir Gîln:
“Finalmente el peregrino retorna al Hogar, al hogar de su origen….ese es el mundo de la proximidad de Allh, allí es donde está el hogar del peregrino interior, y ahí es a donde él retorna. Esto es todo lo que puede explicarse, tanto como la lengua puede decir y la mente captar. Más información que esta no se puede dar, porque más allá está lo imperceptible, inconcebible, indescriptible”.(13)
 
INTERPRETACIONES E IMPLICACIONES
La meditación sufí del corazón es una práctica simple que usa la energía del corazón para llevar al caminante espiritual de regreso al Hogar. El amante o enamorado de Dios gradualmente pasa del estadio de fan, rendición o sometimiento del ego, al estadio de baq, habitando en Dios o “permaneciendo después de ser extinto”. A través del poder de Su amor por nosotros, que está oculto dentro del corazón, despertamos a la unicidad del amor que es el fundamento de toda la vida. Cuando dejamos atrás la mente y el ego, somos capaces de entrar en la cámara más interna del corazón, donde el amante o enamorado y el Bienamado son uno. A medida que nuestra conciencia egoica se da por vencida, gradualmente nos aclimatamos a las dimensiones interiores de la unicidad, y al mismo tiempo creamos un receptáculo que es capaz de contener esta conciencia superior. Al principio podríamos asustarnos de la realidad más allá de la mente y del ego. Pero a medida que los estados de meditación cambian, nos familiarizamos con este estado de absorción, y dejamos de lado el temor de estar donde el “amante”, subyugado por el amor, ya no existe:
“El amor se ha mudado a mi casa y la adornado, mi ego armó sus valijas y se fue.
Tú imaginas que me ves, pero yo ya no existo: lo que queda de mí es el Bienamado”.(14)
La meditación nos adentra en la unicidad del amor y nos prepara para dicha experiencia. T. S. Eliot remarcó sabiamente: “La humanidad no puede soportar demasiada realidad”,(15) y la tremenda experiencia del vacío eterno que yace más allá de la mente y del ego pueden ser aterradoras. Estamos condicionados por la creencia básica de que nosotros existimos como individuos, como una entidad separada. El ego es el centro de nuestra percepción consciente. Durante la meditación comenzamos percibir una verdad más profunda, que el ego es una ilusión y que el mundo exterior es tan insustancial como un sueño. Citando las palabras de Shakespeare: “Somos lo que los sueños hacen de nosotros”.(16)
Por supuesto, muchas veces cuando meditamos, aun después de años [de práctica], la mente y sus pensamientos siguen estando presentes. Pero también están esos momentos en que somos arrebatados, atraídos por el amor dentro de una dimensión más vasta de nosotros mismos. Encontrarse en el vacío del ego que se ha rendido es una felicidad tan disturbadora, que cuando retornamos a la conciencia ordinaria podemos estar mareados y confusos, desorientados a la vera del camino. No comprendemos lo que hemos visto. La mente no puede entender la Verdad contada por el corazón. Y los reportes de aquellos que han atravesado este camino, sólo enfatizan que la mente y el ego no pueden captar lo que se experimenta. Al-Junayd describe este estado con una claridad paradójica: “Estando totalmente presente en Dios, él [peregrino] está totalmente ausente de sí mismo. Y de este modo, él está presente ante Dios, ausente de sí; ausente y presente al mismo tiempo. Él está donde no existe y no es donde está”.(17)
Tenemos que aprender a contener las dinámicas experiencias de los mundos internos sin sentirnos abrumados. Tomar conciencia que “no hay nada excepto la nada”, y al mismo tiempo vivir la vida diaria de uno, haciendo frente a las responsabilidades y problemas del mundo, toma años de preparación. La meditación no sólo abre el ojo interno, sino que además crea una cualidad de conciencia que es capaz de contener lo que experimentamos. Lentamente, se levantan los velos de ilusión que nos separan de la deslumbrante oscuridad del Amado. Una amiga una vez tuvo un sueño, durante el cual se encontró con su maestro y él tenía cortinas cayendo de sus manos. Él le dijo: “Aquí hay tales misterios que tu mente estallaría si los vislumbrases. Luego le señaló un sendero para que ella siga, que se alejaba en la distancia.
La Verdad espiritual es confusa para la mente pues vibra a una frecuencia más elevada. La vida espiritual es una cuestión de velocidad. Necesitamos ser capaces de resistir las fuertes vibraciones del Ser; de lo contrario nos desequilibraríamos peligrosamente. La meditación crea una estructura interna de conciencia que nos permite operar a una frecuencia más alta. A través de años de disciplinada práctica, alineamos todo nuestro ser con las altas frecuencias del Amor divino, de modo que esta energía embriagadora pueda fluir a través de nosotros.
Cada vez más rápido, fluyen las corrientes del amor, cada vez más rápido gira el corazón. Si nos resistimos a esta energía podríamos ser peligrosamente sacudidos. Si no estuviésemos centrados, nos desequilibraría completamente. El ego no puede proveer la estabilidad y equilibrio que necesitamos. Debe entregarse para que podamos pararnos sobre la roca del Ser. Rendirnos nos permite girar con la danza de la devoción total. Y la totalidad del amor que se recibe, en el que cada célula del cuerpo se sabe amada, crea una sensación de seguridad que no puede perturbarse.
A medida que perdemos nuestra mente en los espacios vacíos del más allá, anhelamos ser atraídos más y más profundamente a la totalidad del amor, a la felicidad del abandono. Pero también necesitamos ser capaces de volver a nuestro mundo cotidiano. El mundo interno, con su intimidad y libertad de ataduras, puede hacer que el mundo exterior parezca frío, una prisión alienante, un lugar donde uno puede ser conocido y amado tan sólo fragmentadamente. Los velos de este mundo llenos de distorsiones y verdades a medias, pueden ser pesados y deprimentes, si se hubiesen alzado aunque más no sea por un instante Sin embargo uno no debe permitir que los estados de meditación interfieran con nuestra vida y labor diarias. Uno necesita ser capaz de concentrarse en el mundo exterior y funcionar en el nivel de la mente cuando sea necesario. Internamente perdidos en el amor, siempre permanecemos Sus sirvientes, viviendo en Su mundo por Su causa.
Había un discípulo quien sentado en la presencia de su maestro, lentamente se sumió en meditación. En el momento en que estaba por sumirse en el estado de dhyana, su maestro sorpresivamente le preguntó: “¿Cómo está tu madre?” Volviendo penosamente a la conciencia, el discípulo contestó: “Gracias Marahaj. Ella se encuentra muy bien”. Su cabeza se sumió nuevamente en la beatitud de la meditación, cuando una vez más su maestro inquirió: “¿Cómo está tu tía?”. Volviendo otra vez a sus sentidos, respetuosamente él contestó: “Muy bien. Gracias”. De nuevo volvió a adentrarse en la meditación, tan sólo para ser traído a la conciencia por otra pregunta del maestro. Así continuó por un tiempo, hasta que finalmente el sheikh le permitió meditar sin disturbios. Más tarde alguien preguntó al sheikh por qué interrumpió la meditación del hombre. El sheikh respondió: “Él tiene que poder salir del estado de meditación en cualquier momento. No debemos atarnos ni siquiera a nuestra meditación”.
El sufismo no es ni un sendero monástico ni ascético. El peregrino sufí vive en el mundo interno del corazón y funcionando responsablemente en la vida diaria al mismo tiempo. Inmerso en la unicidad del amor, venimos a conocer nuestra naturaleza esencial, en la cual está grabado profundamente el propósito de nuestra vida. Cuando volvemos de la meditación, traemos la fragancia de esta realidad interior a nuestra vida cotidiana, y somos capaces de vivir arraigados en la profunda raíz de nuestro ser. Tener acceso al plano unitivo nos permite participar en la vida de un nuevo modo. Somos capaces de existir desde el centro de nosotros mismos y de consumar nuestro más profundo potencial como seres humanos. Comenzamos a ver la forma en que nuestra vida refleja la divinidad, cómo Su nombre impreso en nuestro corazón se refleja en nuestro diario vivir. Conocer nuestra unidad esencial y cómo esta unidad es una parte de la totalidad, nos da un sentido de propósito vibrante: ya no somos un individuo aislado sino una parte integral de la evolución de la vida.
El viaje del sufí es el camino de retorno del amante a los brazos del Bienamado, un viaje de amor en el que sucumbimos a limitada perspectiva egocéntrica de nosotros mismos. Sumidos en el amor, en el vacío indefinido que esta más allá de la mente, descubrimos dentro de nosotros aquello que es eterno y despertamos a la vida del corazón. En este despliegue de unicidad dinámica, el sendero espiritual y el buscador son olvidados. Sólo Su Presencia sin forma es real:
En Dios no hay dualidad. En esa Presencia “yo”, “nosotros” y “tú” no existen. “Yo” y “tú” y “nosotros” y “Él” somos uno…Ya que en la Unicidad no hay distinción, la Búsqueda y el Camino y el Buscador se vuelven uno.(18)
Al conocer y vivir la unidad, el amante refleja cada día la luz y el amor del Amado. El secreto de la unicidad del amor se vuelve el suelo donde caminamos, la esencia del aire que respiramos. Internamente fusionados en el Bienamado, imprimimos el sello de Su realidad en todo y en cada momento. Externamente vemos Su unicidad expresada en el mundo; conocemos la cara oculta de la creación, la que los sufíes llaman, el secreto de la palabra Kun! (¡Sé!).
Atentos a Él, estamos aquí para servirLe. El amante de Dios que se ha entregado por amor, da la bienvenida a la pobreza del corazón, “tener nada y desear nada”. Entregados a nuestro Amado, no queremos nada para nosotros, ni siquiera los estados de meditación. Pero mediante la misericordia de Su amor por nosotros, Él llega y nos lleva a Él. Somos alimentados desde adentro, del amor y la guía que provienen del corazón. A través de la práctica de meditación, se nos da acceso a los secretos del amor y podemos ayudar a traer estos secretos al mundo.

Fuente:
http://www.goldensufi.org/s_a_meditacion_sufi.html



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