La humanidad no tiene suerte. Los que quisiéramos cambiar radicalmente las cosas y que somos muchos, cada vez más, no disponemos de los medios para llevar a cabo nuestra empresa. Los que sí disponen de lo necesario, esto es, el poder político para tomar las decisiones y el económico para hacerlas realidad se encuentran siempre ocupados en otros temas, por no decir que muestran una apatía que insulta a la especie humana.
Pero quizás las cosas no sean tal cual las describo. Pienso que se trata de una aparente y exagerada casualidad. Es que siempre, desde que registro recuerdos al menos, los más débiles y desprovistos de medios adecuados, han sido los eufóricos y altruistas por cambiar el mundo. En cambio, las minorías privilegiadas, dueñas de todo lo material que la vida les puede proveer, han permanecido siempre descansando en el regazo de sus lujosas casas, leyendo los periódicos y resolviendo o intentando resolver los problemas dentro de su burbuja conceptual íntima, única y desconocida para las mayorías. Pero haciéndonos creer que nuestros intereses son los suyos propios.
En realidad creo que lo que ocurre generalmente es que no nos damos cuenta que cuando no tenemos nada lo queremos todo, para nosotros y para los demás. Pero cuando hemos obtenido la posición que tanto deseábamos de pronto se esfuma nuestro interés por el prójimo y nos convertimos en seres insaciables, queriéndolo todo para nosotros. Siendo ese “todo” un objetivo que se agranda sucesivamente con nuestras adquisiciones y el aumento de nuestro poder. Es triste decir esto, pero es menester para poder analizar la situación. Si en realidad descubrimos que nuestro ambiguo accionar se debe a cambios emotivo-emocionales que nos sobrevienen o sobrevendrán cuando nuestra realidad empírico-material cambie, algo deberemos intentar hacer, ya sea que estamos de un lado o del otro del mostrador socio-económico-político. Aunque debemos reconocer que lograr esos cambios internos que generarán los externos, será una tarea harto más sencilla desde nuestro materialismo vacío de pertenencias y con espacio suficiente como para ser llenado de verdaderos principios éticos y morales que queramos respetar. Pero lo cierto es que continuamos necesitando de los medios políticos de poder y los económicos, para llevar a la concreción lo que tanto deseamos. Y es probable que si no disponemos de los mismos, nuestra situación permanezca así de por vida. Quizás sin estertores ni prisas individuales pero con nuestra eterna preocupación por la situación de los más desvalidos.
Asimismo, se hace propicio aclarar que nos estamos refiriendo a una situación global, coyuntural y en especial, general. No podemos descartar las excepciones que toman lugar a veces y que en el tema que nos atañe pueden cambiar en parte los parámetros en algunas circunstancias específicas y respecto de individuos determinados.
Por todo ello es que estas líneas poseen un destino más concreto y debieran ser bien entendidas por los poderosos del mundo. Puesto que hasta ahora, en su quizás inconsciente y egoísta plan, lo están siendo cada vez menos (poderosos). Ya no gozan de la tranquilidad de antaño, personal y para sus familiares. Entonces deben rodearse de escoltas que los protejan. Pero continúan viviendo en ciudades de países cada vez más amenazados. Si lograran, merced a las altas tecnologías y evolucionados sistemas de seguridad, superar en parte este problema, deberán enfrentar otros. Nuestro castigado planeta se suma a la plebe agonizante que clama. Se convierte en un manifestante más. Crece la cantidad de accidentes climatológicos en todas partes del mundo. Ya no se sabe dónde ni cuándo ocurrirán. Y no afecta sólo a los pobres. La Tierra que llora lava, se sacude y se rompe como papel frente a la injusticia que sufren los niños cercenados de su derecho a crecer, se ayuda de la “inteligencia” humana que ha creado toda una evolucionada tecnología nuclear y ahora no sabe como sacársela de encima. Sí, es verdad, la naturaleza se lleva tanto a inocentes como a pecadores. Pero son estos últimos los que más tienen que perder. Y los culpables de lo que todos sufrimos. Mientras todo esto ocurre, las masas de una densidad cada vez mayor, con hambre, sin trabajo, perdiendo sus casas arrastradas por tsunamis, derribadas por terremotos o arrebatadas judicialmente por una hipoteca impaga, avanzan, se movilizan, pasan de un país a otro. No necesitan de barcos, aviones, ni siquiera de coches. Les basta con sus piernas para caminar. Y avanzan, siguen avanzando. Ya no tienen nada que perder. Todo está perdido para ellos. Y su única ventaja consiste en que a partir de ahora el juego sólo les presenta la posibilidad de ganar.
Sería conveniente que los grandes potentados del mundo cobijados bajo el regazo de sus cálidos hogares dejaran por un momento su periódico de las mañanas. Ya se hace innecesario informarse sobre las noticias del día. Quizás les convenga tomarse un tiempo para la reflexión. No les queda mucho. No nos queda mucho tiempo para que los que pueden dejen las estériles reuniones protocolares de lado y por una vez en la vida, sin hablar, hagan algo.