EL KARMA. QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA
1.- Max Heindel se manifestó contrario al empleo de términos
orientales para expresar conceptos ocultos con palabras existentes en nuestros
idiomas. Pero hay un término sánscrito que no sólo no tiene equivalente exacto
en los idiomas occidentales, sino que, pasado un siglo, ha adquirido carta de
naturaleza en ellos y todo el mundo sabe lo que significa y lo usa normalmente
para significar precisamente eso. Me estoy refiriendo a la palabra “karma”. Cierto
que podríamos decir “retribución” o “reacción” o “deuda de destino” o utilizar
cualquier otro circunloquio parecido. Pero ninguno expresaría tan claramente
como la palabra “karma” lo que la gente de hoy entiende por ella. Por eso
he decidido abandonar el “miedo escénico” de algunos miembros de nuestra
Fraternidad y utilizarla libremente en su sentido actual por todos admitido.
2.- ¿Qué es el karma?
Para tratar de estudiarlo es preciso hacerlo antes con la Ley que lo rige y
que se denomina Ley de Acción y Reacción, de Retribución, de
Consecuencia, de Causa y Efecto o, ajustándonos a lo dicho arriba, Ley
del Karma.
La Ley de Karma es una ley cósmica, es decir, que excede los límites de nuestro
sistema planetario y que tiene bajo su ámbito de aplicación a todos los
seres, por lo menos, del Séptimo Plano Cósmico, dado que todos ellos
están evolucionando y, por tanto, son aún imperfectos y, como tales, cometen
errores que ponen en funcionamiento la Ley de Consecuencia, que precisamente
tiene por finalidad, enseñarnos el correcto Camino de Retorno a la Casa del
Padre. Por eso, en nuestro Servicio del Templo, se nos dice que “los
Señores del Destino están por encima de todo error.”
Como tengo escritos una serie bastante numerosa de trabajos sobre el tema
del karma, en esta conferencia, más que investigar sobre ello, voy a tratar de
recuperar esos trabajos. Ocurrirá que, a veces, repita conceptos antes
expuestos, pero también hará que se remachen ideas fundamentales para
entender algo tan abstruso como el tema que nos ocupa.
LA LEY DEL KARMA
La Ley del Karma, de Acción y de Reacción o de Retribución, que de las tres
maneras se llama, es la forma más justa y más fructífera para promover nuestra
evolución. Cualquier otro medio no sería tan efectivo. Con el Karma, el espíritu
ve cuál es la causa de su sufrimiento y aprende lo que es negativo para no
repetirlo. Es, por otra parte, una Ley que rige en toda la Creación. Cada uno
de nosotros somos responsables del cuerpo que tenemos, que no es sino
una consecuencia o condensación de acciones del pasado. Es un simple
vehículo vagamente apropiado del Espíritu. Un vehículo en el verdadero
sentido del término, ya que sirve para trasladar al espíritu, una obra de artesanía
cuyo artesano es el propio Espíritu. Y su conducta, actitudes y moral, tanto
presentes como pasadas, se encuentran reflejadas en él. El Karma no es, en
modo alguno, "fatalismo". Su acción depende de nosotros mismos. Cada
hombre es su propio legislador y su propio verdugo. Cada hombre decide, con
entera libertad, su propia gloria o su propia oscuridad, su "premio" o su
"castigo". Tampoco es "azar". Al contrario, es el ejercicio de la libre voluntad
ya que, quien inicia libremente una acción física, de deseos o mental, es
responsable de sus consecuencias y efectos que, antes o después, revertirán
a su autor. Como todo en el universo está entrelazado, mezclado y relacionado
con todo lo demás, y no hay nada ni nadie que pueda existir aislado y por
sí mismo, necesariamente los demás se ven afectados, de un modo o de otro
y en mayor o menor grado, por las causas puestas en movimiento por cualquier
individuo. Como los más próximos son los que se ven más y con más frecuencia
influenciados, se producen en las familias, en los grupos, en los pueblos,
determinadas afinidades y tendencias recíprocas que se autoalimentan y
dan lugar a lo que se llama el karma familiar, de los pueblos o de las razas, y
que afecta, directa y especialmente, a sus miembros. Tampoco en estos casos
cabe decir que el karma "castiga" o "premia" porque su acción es totalmente
aséptica y justa, formando parte de los mecanismos de la naturaleza y, por
tanto, pudiendo remontarse a la causa primera, que es la armonía pura. Esto
es verdaderamente consolador para el hombre, porque nos hace ver que no
dependemos necesariamente de nadie, que cada uno puede forjar su
destino y que, realmente, eso es lo que se espera de él, puesto que puede
elaborarlo favorable o no, manejando las energías de la naturaleza, poderosas
y subyacentes a todo, actuando a su favor y convirtiéndose en colaborador
de Dios o actuando contra ellas y retrasando su propia evolución. San Pablo
dice claramente que: "Aquello que el hombre siembre,
eso recogerá".
Desde este punto de vista, la enfermedad es un mecanismo "purificador".
Sabemos que el Espíritu, el Yo Superior cuenta, para evolucionar, con sus
vehículos inferiores (cuerpos físico, etérico, de deseos y mental), que
constituyen la Personalidad, y que estos vehículos están dominados por el
Cuerpo de Deseos, debido a la actuación de los Luciferes, y que ha de dominar
ese cuerpo de Deseos y los hábitos perniciosos que ha adquirido, para
poder regir la propia Personalidad y espiritualizar sus distintos componentes.
Ésa es la misión del karma. Y ésa es, en otra escala, la finalidad de la
enfermedad: Si los hábitos negativos durante varias vidas hacen imposible
el dominio de la Personalidad por el Espíritu, la enfermedad, con los
sufrimientos que produce y con el parón que significa en la vida y el tiempo,
y el incentivo para la reflexión y la meditación que proporciona, hace que la
Personalidad recapacite y dé un paso adelante hacia su espiritualización.
Por ejemplo: Si una persona tiene tendencia a comer en exceso, la indigestión
le hará tener cuidado la próxima vez y, si no lo hace, vendrá la úlcera y luego
el cáncer o cualquier otra dolencia, según el karma que se haya ido
acumulando. Por eso, si bien hay un número determinado de enfermedades,
no hay dos enfermos iguales, aunque sean víctimas de la misma dolencia,
porque cada uno arrastra multitud de pequeñas causas, totalmente distintas
de las de los demás, pero que le han llevado a padecer la misma consecuencia,
o sea, la misma enfermedad. Por eso también la curación debe ser personalizada.
Y si se quiere realmente curar la enfermedad y no sus síntomas, hay que
buscar sus causas kármicas y cambiar el carácter del enfermo
(su conducta física, emocional y mental) para que deje de poner en movimiento
esas causas perniciosas. La finalidad última, pues, de la enfermedad
es la de proporcionar al enfermo una oportunidad de progresar en su evolución.
Una causa puesta en movimiento sólo puede ser neutralizada con su efecto.
La causa principal de las enfermedades estriba en el egoísmo. El egoísmo,
en todas sus vertientes (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza)
hace casi imposible al Yo Superior conectar con la Personalidad. Por eso
aquél recurre a la enfermedad que, en cierto modo, rompe la dependencia de
la corrupción y aligera el aura de cosas materiales, pues nos hace ver que
no son permanentes y que, a la hora de morir, las dejaremos todas y, por
tanto, no vale la pena perder la vida por poseerlas. Como el problema radica
en el Cuerpo de Deseos, es decir, el vehículo de las emociones, los
sentimientos, los deseos y las pasiones, quien se deje llevar por ellas, será
más propenso a la enfermedad. Y quien, concienciado del funcionamiento
oculto del hombre, les haga frente y las domine y se forje un carácter
fuerte y positivo, será inmune a ella.
La ley de Retribución actúa apenas cualquier ser autoconsciente pone en
movimiento cualquier energía, sea ésta física, etérica, de deseos, mental
o espiritual. Responde, por tanto, al ejercicio del libre albedrío por cualquier
ser. Realmente, esta ley actúa solamente sobre el que ha de sufrir los
efectos de la puesta en movimiento de cualquier clase y cantidad de energía.
Esta ley existe desde la eternidad y en ella, porque es la eternidad misma.
Y, no puede decirse que obra, porque es la Acción misma. Sus efectos son
inevitables, ya que las leyes cósmicas son parte de la voluntad divina.
LA LIBERTAD Y EL AJEDREZ
La libertad es una de las maravillas del universo. Un instante como otro
cualquiera se convierte en trascendental para el que lo utiliza ejerciendo su
libre albedrío. Desde entonces, ya todo cambia. Lo que parecía que iba a
ser, ya no será y, en su lugar, será lo que sólo era posibilidad. Y cada
segundo que pase, ambos senderos, el que pudo ser y el que es, trazados
en el futuro, irán divergiendo en sus hechos, en sus consecuencias y en su
avance a través del tiempo. Si yo, entre dar un paseo o quedarme en casa
leyendo, escojo lo primero, por ejemplo, habré dado a mi vida un rumbo
totalmente distinto que si hubiese preferido la segunda opción. El hecho
podríamos analizarlo así: Al escoger el paseo, todo lo que vea, lo que oiga,
lo que hable, lo que piense, lo que sienta durante él, cuando vuelva a
casa, ya formará parte de mi vida y estará almacenado en mis memorias
consciente y subconsciente, e influirá en cualquier pensamiento, palabra
u obra futuros, y servirá de base para adoptar decisiones posteriores.
Aparte de que, durante el paseo habré estado continuamente haciendo
elecciones menores, como ir por aquí o por allá, acelerar o no el paso o
detenerme, contemplar o no con detalle determinadas cosas... y cada una
de esas decisiones influirá inevitablemente en las posteriores: Como
consecuencia, por ejemplo, de llevar una velocidad determinada, me habré
encontrado en la calle con un amigo, con el que no me hubiera tropezado,
de ir más deprisa o más despacio; este amigo me dirá algo que no hubiera
sabido de no habernos encontrado; lo que me diga me hará tener que
escoger entre pensar o sentir o incluso hacer una u otra cosa, decisión
que no hubiera tenido que adoptar si mi amigo no me hubiera dicho
aquello... La cadena decisión = causa - efecto - nueva decisión = causa -
efecto - nueva decisión = causa - efecto... es infinita, pero no sólo
linealmente, deslizándose en la dirección del tiempo, sino "espacialmente",
ofreciendo cada instante de decisión un
abanico de posibilidades de elección, cada una de las cuales conduce a
distintos parajes en la maraña de lo posible. Por eso la necesidad de
atención permanente a cuantas decisiones tomemos, bien entendido que
vivir es decidir o, si se quiere, decidir es vivir, ya que cada decisión es un
paso en el sendero de nuestra existencia que, inevitablemente, nos
aleja del punto de partida (la infancia, la inexperiencia, la ignorancia) y
nos acerca a la meta (la experiencia, la sabiduría, la verdad). Y la vida, una
sucesión ininterrumpida de decisiones, cada una de las cuales nos conduce
a la necesidad de adoptar la siguiente y nos proporciona, con sus
consecuencias, una valiosa enseñanza. Y siempre sin la posibilidad de
volver atrás, a las mismas circunstancias en que estábamos antes. La
verdadera vida, pues, no consiste en no decidir, que sería tanto como no
vivir, sino en decidir bien. Para decidir bien, sin embargo, hace falta ser
capaz de prever las posibles consecuencias de cada decisión y escoger la
más conveniente. Y, como cada decisión nos lleva a otras varias, acaba
el vivir siendo algo parecido al juego del ajedrez en el que, una vez iniciado,
cada jugada determina un derrotero de la partida en el que tendremos que
prever las consecuencias de las distintas opciones posibles, antes de
decidirnos por una. En ajedrez (y no olvidemos que los juegos antiguos no
tenían más finalidad que la de ilustrarnos sobre las verdades ocultas),
el que más jugadas prevé es el que más acertadamente decide y, por tanto,
el que gana. En la vida, el que más prevé es también el que gana y lo
llamamos prudente o sabio. Y, tanto en el ajedrez como en la vida, no cabe
duda de que cada jugador es plenamente responsable de la marcha,
buena o mala, de su juego, pues es él quien va eligiendo libremente
en cada jugada las fuerzas que pone en movimiento. En mayo de 2002
celebramos los compañeros de facultad nuestras Bodas de Oro con la
carrera. Y, desde el punto de vista de cómo cada cual hemos orientado
nuestras vidas, partiendo, hace cincuenta años, de una formación y
una titulación idénticas, fue impresionante comprobar que no había dos
que hubiésemos hecho lo mismo ni cuyas vidas se pareciesen: 38 habían
ya fallecido; 25 no pudieron asistir por enfermedad grave; 5 estaban en
el extranjero; 6 ilocalizables; y los demás representábamos las más variadas
posibilidades de vida y de ejercicio y de no ejercicio profesional imaginables.