“Quizá la cifra más impactante sea la que corresponde al límite superior que se ha establecido para la ingesta de proteínas. En relación con el total de calorías, solo es necesario consumir entre un 5 y un 6% de proteínas a través de la dieta para sustituir las que el cuerpo excreta de manera asidua (en forma de aminoácidos). Sin embargo, la cantidad recomendada en los últimos cincuenta años para garantizar que la mayoría de las personas obtengan entre un 5 y un 6% de sus necesidades mínimas de proteínas se sitúa en torno a un 9 o un 10%. Esto es equivalente a la cantidad diaria recomendada, o CDA, que todos conocemos.5
Casi todos los estadounidenses superan esta recomendación del 9-10%. Consumimos un porcentaje aproximado de proteínas que oscila entre un 11 y un 21%, con una media de alrededor del 15-16%.6 Existe un grupo relativamente pequeño de personas que consume más de un 21% de proteínas, formado, en general, por los que “hacen pesas”. A ellas se han sumado, recientemente, todos los que adoptan las dietas para adelgazar ricas en proteínas.
Resulta cuando menos desconcertante que estas nuevas recomendaciones de la FNB de 2002, que fueron financiadas por el gobierno, afirmen ahora que para reducir las enfermedades crónicas como el cáncer y las dolencias cardíacas deberíamos aumentar el consumo de proteínas hasta un nivel insólito: 35%. Si consideramos las evidencias científicas, esto no es más que una parodia increíble. Las pruebas presentadas en este
libro demuestran que cuando aumentamos la ingesta de proteínas a través de la dieta hasta un rango de 10-20%, se incrementa también el riesgo de padecer toda una serie de problemas de salud, especialmente si consideramos que la mayoría de dichas proteínas procede de fuentes animales.
Como ya hemos visto, las dietas que abundan en proteínas de origen animal contribuyen a aumentar los niveles de colesterol en sangre y traen aparejado un riesgo mayor de contraer aterosclerosis, cáncer, osteoporosis, Alzheimer y cálculos renales, por nombrar solo unas pocas enfermedades crónicas que, misteriosamente, el comité de la FNB decide ignorar.
Por otra parte, el equipo de la FNB ha tenido la audacia de explicar que esta recomendación del 10-35% es la misma que se propuso en los informes previos. En su comunicado de prensa se afirma claramente: “Las recomendaciones para la ingesta de proteínas son las mismas que presentamos en informes anteriores”. No conozco ningún informe que haya sugerido, ni siquiera remotamente, un nivel tan elevado como este.
Cuando vi por primera vez esta recomendación para las proteínas, sinceramente pensé que era un error de imprenta. Pero me equivoqué, el texto era correcto. Conozco a varios de los integrantes del panel de científicos que elaboró este informe y me decidí a llamarlos por teléfono. El primero de ellos, una persona con la que me relaciono desde hace años, ¡me dijo que era la primera vez que había oído hablar de un límite del 35% para la ingesta de proteínas! Sugirió que, acaso, esta recomendación hubiera sido incorporada en los últimos días de elaboración del informe. Además me comentó que se había producido muy poco debate en torno a las pruebas reunidas sobre las proteínas (a favor o en contra de un alto nivel de consumo), aunque recordaba vagamente que el comité manifestaba cierta solidaridad con Atkins. Él nunca había trabajado en el campo de las proteínas, de manera que no estaba muy familiarizado con las publicaciones científicas relacionadas con ellas. En cualquier caso, esta recomendación tan importante se había colado en el panel sin que nadie lo notara demasiado ¡y había terminado siendo la primera frase del comunicado de prensa de la FNB!
El segundo miembro al que telefoneé, un viejo amigo y colega, fue el presidente de un subcomité durante la última etapa del panel. No es un científico especializado en nutrición y también le sorprendió mi inquietud respecto del límite superior recomendado para la ingesta de proteínas. Él tampoco recordaba que este asunto se hubiera sometido a debate. Cuando le recordé algunas de las pruebas científicas que vinculaban las dietas ricas en proteínas animales con las enfermedades crónicas, su primera reacción fue ponerse a la defensiva. Sin embargo, ante mi perseverante referencia a las evidencias científicas, acabó diciéndome: “Colin, ya sabes que yo no entiendo nada de nutrición”. Entonces, ¿cómo podía ser miembro –y mucho menos presidente– de un subcomité tan importante? Pero las cosas son aún peores. El presidente del comité permanente para la evaluación de estas recomendaciones abandonó el panel poco tiempo después de que se formara, para trabajar como alto ejecutivo en una gran empresa alimentaria –una compañía a la que se le haría la boca agua ante la perspectiva de estas nuevas recomendaciones”.
El Estudio de China (Pag. 269)
Dr. Colin Campbell