Toda la noche he dormido contigo junto al mar, en la isla. Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño, entre el fuego y el agua.
Tal vez muy tarde nuestros sueños se unieron en lo alto o en el fondo, arriba como ramas que un mismo viento mueve, abajo como rojas raíces que se tocan.
Tal vez tu sueño se separó del mío y por el mar oscuro me buscaba como antes, cuando aún no existías, cuando sin divisarte navegué por tu lado, y tus ojos buscaban lo que ahora -pan, vino, amor y cólera- te doy a manos llenas porque tú eres la copa que esperaba los dones de mi vida.
He dormido contigo toda la noche mientras la oscura tierra gira con vivos y con muertos, y al despertar de pronto en medio de la sombra mi brazo rodeaba tu cintura. Ni la noche, ni el sueño pudieron separarnos.
He dormido contigo y al despertar tu boca salida de tu sueño me dio el sabor de tierra, de agua marina, de algas, del fondo de tu vida, y recibí tu beso mojado por la aurora como si me llegara del mar que nos rodea.
Aunque hoy guarda tu piel la misma trama, tenías otra sangre, y otra mente; aquí el alma anegué, doble torrente, tal como el cuerpo naufragó en tu cama.
Mi sangre ardió en tu sangre, pura llama, mi razón habitó en tu subsonsciente, fuimos ambos vidriera transparente, frutos maduros de la misma rama.
No ha cambiado tu piel, perfil exacto que aún sabe enardecerse a mi contacto, que logró sacudirme tantas veces.
El cambio entró en el fondo, que no vibra como antaño vibró, fibra por fibra, y ya, sin calidad, no me estremeces.