EL AMOR DE UN NIÑO
Recuerdo una vez que estaba en un campeonato de voley en la ciudad de Goya, en la provincia de Corrientes de Argentina. El modesto equipo de esta ciudad realizó este campeonato un fin de semana. Como en su momento en este pueblo no había demasiadas atracciones, el pueblo se volcaba al espectáculo deportivo, las tribunas llenas de familia presenciando cada uno de los encuentros. Y llegó el gran día, el humilde equipo de Goya había llegado a la final con nuestro equipo. En una de las gradas de la tribuna, inamovible estaba un niño que disfrutaba de la mañana a la noche todos los partidos como si de un juguete nuevo se tratase, no perdía detalle de cada jugada, de cada tanto, de cada acción. Momentos antes de la final, me acerqué a este niño de Goya que no despegaba la vista de la cancha de voley, y me atreví a preguntarle si cual quisiera él de los dos equipos que ganase el partido, "la final", imaginándome que por supuesto de antemano la respuesta del niño sería a favor del equipo de su querido pueblo. Pero la verdad fue otra y la respuesta también, me contestó que quería que ganásemos nosotros o sea el equipo visitante. Con mayor sorpresa me quedé cuando le pregunté porque quería que ganásemos nosotros que éramos los rivales en la final, y me contestó con verdadera pureza que si ustedes ganan el partido se pondrán contentos, tendrán un buen recuerdo de este lugar y entonces van a querer regresar alguna otra vez por aquí. Les confieso que se me abrillantaron los ojos por la emoción de ver tanto amor desinteresado en una persona. Me di cuenta de la forma de pensar errónea que nos vamos cultivando en las grandes ciudades. Esa noche ganamos el partido, pero nunca más pude regresar aquel pueblo, pero la verdad es que no me olvidé jamás de aquel pueblo de Goya y de aquella experiencia, de su gente, ni de aquella conversación que me dejó una enseñanza de por vida, ni de aquel niño que a través de sus ojos pude ver el corazón y la enseñanza de Dios.
Ariel