El alcohol era mi amigo. Desde la adolescencia siempre encontraba un motivo para beber. Al pasar los años ni los tratamientos a que me sometí, ni los ruegos de mi madre lograron que dejara la bebida. Pero algo sucedió en mi vida que logró mi liberación del vicio del alcohol.
Regresaba a mi casa después de una noche de fiesta. Traía unas copas de más. Al poner la llave en la cerradura, escuché un sollozo, giré y lo vi; era un niño pequeño. En la oscuridad me pareció de unos pocos años. Me acerqué y le pregunté: -¿Qué hace un niño solo y en la calle? -Estoy lastimado y me sangra un ala-. Respondió entre sollozos. Me mostró, tenía la espalda cubierta de sangre. -Yo no podía creer que estaba frente a un ángel. -Ayúdame- Me dijo. Así que lo cargué en mis brazos y lo llevé a mí casa. Lo curé lo mejor que pude. Se fue serenando, me dio las gracias y se quedó dormido. Yo lo miraba y pensaba: ¿Será verdad o es una alucinación de la bebida? También me dormí y al otro día al despertar el niño ya no estaba. Creí que todo había sido un sueño, pero al mirar sobre la mesa encontré una rosa nacarada.
Hace un año que sucedió y la rosa sigue perfumada y bella.
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