Pongámonos a celebrar estas fiestas sin amargarnos la existencia. Dejemos a un lado nuestras ideas de cómo tendrían que ser las celebraciones –encuentros familiares armoniosos- y pasemos a ver con qué contamos y cómo sacar el mayor partido de ello.
En primer lugar, démonos cuenta de con qué personas de nuestro entorno vamos a reunirnos. Puede que no estén todas las que me gustaría o que las que estén no sean de mi agrado. Vete al encuentro como si fueras tú el que elige a todas esas personas. Ya sé que si pudieras cambiarías a los comensales, pero ya que decides ir –que sí, que decides ir por la razón que sea, bien porque no quieres quedarte sola o para evitar discusiones con tu pareja-, hazlo no como cordero que va al matadero, por imposición y obligación, sino con la actitud de aportar algo: tu conversación, tu amabilidad o tu silencio; eso es suficiente para dar sentido a tu presencia. Y las personas que te rodean y están ahí se pueden enriquecer con tu actitud tranquila y sin estar a la defensiva.
Estas fiestas siendo familiares, son para muchas personas reuniones forzadas donde se constata más la realidad familiar: relaciones que durante el año no se cuidan y que se mantienen por compromiso y con escaso afecto. De manera que en unos días no se puede hacer más de lo que se hace el resto del año; poca cosa.
Vete con buena disposición y pocas expectativas: que no hayan malos rollos, que haya conversación o que colabore todo el mundo, son deseos que no siempre dependen de uno mismo. Si, al final decides ir -por el motivo que sea, digo-, céntrate en ti mismo y en cómo quieres estar con los demás. Imagínate la reunión antes de que llegue para verte a ti en las diferentes situaciones de la manera más realista posible. Ensaya en tu mente tus respuestas o tus silencios, dónde quieres estar y de dónde quieres salir.
Creo que muchas parejas ganarían en salud mental y se llevarían mejor entre ellos si se permitieran mutuamente libertad en el trato con la familia política; a fin de cuentas, es el propio hij@ el que debe cuidar la relación con su propia familia, no su cónyuge. Se podría pedir (“me gustaría que me acompañaras a casa de mis padres, pero entiendo que no lo quieras hacer”) pero no imponer ni exigir. Dar libertad acrecienta el amor por el otro.
Caminaremos…Belén Casado Mendiluze/
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