En cuerpo y alma.
La actitud de cada cual hacia el sexo es siempre simbólica: refleja la totalidad de su relación con la vida. Ni más, ni menos.
Cuando el cuerpo deja de sentir es porque, previamente, la persona ha perdido la comunión con los otros y con el mismo. La “común unión” extraviada no puede recuperarse con el ejercicio biológico de las descargas continuas o espasmódicas de sexo, sino con el logro de una profunda reconexión con el “centro personal”, el eje del ser.
Hacer el amor es un lenguaje del alma de modo que la persona que no hace el amor (en cualquiera de sus múltiples maneras), no comparte totalmente su ser. Algo de él queda silenciado y mutilado y, poco a poco, se va convirtiendo en un inválido afectivo.
Todo el cuerpo participa en el sexo y cuando la energía sexual se estanca el cuerpo se bloquea. Para tener un buen sexo hay que aprender a relajar el cuerpo y para relajar el cuerpo hay que sosegar el alma. Cuando el alma se tensa el cuerpo se envara y endurece y el amor no fluye.
Entonces, ocurre que la experiencia sexual queda escamoteada y la persona comienza a olvidarse del amor y cuando el amor se olvida, el ser desaparece. Se desdibuja en las tinieblas de la pérdida del sentido de la existencia.
Eduardo Grecco
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