Desde hace cientos de años algunas culturas han codiciado el oro
no solamente por su brillo y su pureza
sino por su significado en la alimentación,
el acto simbólico de ingerir un material precioso.
Ya en el antiguo Egipto se fabricaban panes
de forma cónica que contenían oro en polvo y a los que se les otorgaba
un importante significado religioso.
En la cultura hebrea encontramos en documentos
como la Biblia la existencia de una especie de pan llamado maná,
al parecer herencia de los egipcios al pueblo de Israel.
Cuenta la historia que el maná
fue confeccionado en una ocasión por un herrero,
siguiendo las instrucciones de Moisés.
El pan era fabricado con oro triturado en un mortero y reducido a polvo.
Otra prueba sobre el consumo de panes con oro aparece en el Talmud:
se narra que a la llegada de Alejandro Magno a Jerusalén,
visitó una aldea quienes lo recibieron
ofreciéndole panes que contenían copos de oro.
Ese metal fue codiciado en todas partes,
sobre todo en el Lejano Oriente en donde además de usarlo como moneda
se empleaba como medicina y alimento, para tal efecto,
el brillante metal era espolvoreado sobre las viandas.
Igualmente se creía que al portarlo sobre la piel
el oro confería juventud y potencia sexual.