Y esa magia que tiene el tiempo, que me atrapa y embriaga… que me lleva hacia los pretéritos,
como queriendo comulgar inocencia con presente en la amalgama de la niñez olvidada.
Y ese hechizo que tienen los recuerdos conjurando instantes de otros momentos,
aletargando mi estancia sobre la línea donde se dibuja la nostalgia y la lágrima.
Y esas primeras letras dibujadas después de descubrir los arcanos de un abecedario,
y esos primeros números sumando anécdotas, para restar horas hacia el recreo que silente
acude a nuestros juegos. Y ese tiempo sin tiempos.
Y hoy que la madurez pinta canas sobre mi cabellera, respirando el aire de los años…
vuelvo a vestirme de blanco para entonar solemne “Aurora”, vuelvo a caminar sobre
baldosas de mis pasados, retorno al bullicio que solo los niños pueden tornar en melodía.
Hoy a pesar de las décadas en mis manos ajadas de experiencias, vuelvo a la sonrisa que mora
en los ojos de quiénes fuimos. Hoy me visto de tiza y borrador, sobre la pizarra de mis
reminiscencias, hoy vuelvo a dibujar aquel pentagrama donde la clave de sol confería
nigromancia, hoy vuelvo a recitar aterrado un verso… como sabiendo abrazaría para siempre
su legado e impronta. Hoy vuelvo, porque romper silencios, es proferir un grito hacia el
reencuentro con las palabras, con la magia de un libro, con la belleza de un coro
entonando “El cosechero”. Y mañana volveré siempre sobre mis pasos, porque ahí
donde anidan templanzas, donde moran recuerdos, donde viven sonrisas con sabor a abrazos…
he de querer volver.
Y esa magia que tiene el tiempo, que me atrapa y me embriaga, que me lleva hacia
los pretéritos, como seguro de un pronto y pétreo reencuentro.
Diego López
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