LA FUGITIVA
Árbol de fiesta, brazos anchos, cascada suelta, frescor vivo a mi espalda despeñados: ¿quién os dijo de pararme y silabear mi nombre?
Bajo un árbol yo tan solo lavaba mis pies de marchas con mi sombra como ruta y con el polvo por saya.
¡Qué hermoso que echas tus ramas y que abajas tu cabeza, sin entender que no tengo diez años para aprenderme tu verde cruz que es sin sangre y el disco de tu peana!
Atísbame, pino-cedro, con tus ojos verticales, y no muevas ni descuajes los pies de tu terrón vivo: que no pueden tus pies: nuevos con rasgones de los cactus y encías de las risqueras.
Y hay como un desasosiego, como un siseo que corre desde el hervor del Zodíaco a las hierbas erizadas. Viva está toda la noche de negaciones y afirmaciones, las del Ángel que te manda y el mío que con él, lucha;
y un azoro de mujer llora a su cedro de Líbano caído y cubierto de noche, que va a marchar desde el alba sin saber ruta ni polvo y sin volver a ver más su ronda de dos mil pinos.
¡Ay, árbol mío, insensato entregado a la ventisca a canícula y a bestia al azar de la borrasca. Pino errante sobre la Tierra!
Gabriela Mistral
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