Conocemos personas que, con su sola presencia, irradian positivismo. Su actitud es optimista, animosa, esperanzada. Poseen como una especie de campo magnético que orienta a los que le rodean, que quizá sean más pesimistas o más negativos. Desactivan crispaciones y rencillas; y cuando afrontan una situación difícil, suelen ser serenos y conciliadores.
Lo bueno es que estas personas no han nacido así, sino que han conseguido aprender de sus propias experiencias, tanto de las negativas como de las positivas. Han aprendido a confiar en los demás. Han aprendido a no reaccionar desproporcionada-mente ante sus propios errores, ni ante la crítica o las dificultades. Han aprendido a perdonar los errores y debilidades de los demás (y no porque sean ingenuos, pues también ellos perciben esos errores; pero saben que con su actitud pueden hacerles mejorar o encasquillarse en su conducta). Han aprendido a no etiquetar ni prejuzgar a la gente, sino a descubrir los valores positivos que hay en toda persona. Han aprendido a ser agradecidas, a no ser envidiosas. Han aprendido a buscar el modo de mejorar; leer, escuchar, ser curiosos, interesarse por lo que les rodea… Y si ellos han podido aprender, todos los demás también podremos. Es una cuestión más de actitud; toda una actitud, en fin, digna de ser imitada.
MªJesús Núñez
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