Crecer no es una tarea sencilla. Avances, retrocesos, desilusiones, esperanzas y mucho
dolor acompañan el proceso vital del hombre en este mundo, proceso cuyo sentido
último es el de la evolución del espíritu,
En este trayecto forzosamente existirán personas que nos lastimen, que nos nieguen
aquello que deseamos, que no nos comprendan o incluso que nos traicionen.
Se trate de una herida emocional que nos hayan provocado nuestros padres,
de alguien que nos ha olvidado o de un amigo que no ha sabido actuar con lealtad, todos
hemos sufrido alguna vez por causa de otra persona.
Ahora bien.
¿Qué sentimos por ese que nos dañó?
Se trate de una herida emocional que nos hayan provocado nuestros padres, de alguien que nos ha olvidado o de un amigo que no ha sabido actuar con lealtad, todos hemos sufrido alguna vez por causa de otra persona.
Ahora bien.
¿Qué sentimos por ese que nos dañó?
¿Intentamos alguna vez comprender por qué actuó de ese modo?
¿Somos capaces de olvidar la ofensa sufrida?
¿Sabemos perdonar?
Cuando las cicatrices no logran cerrarse y el rencor continúa anidando en nuestro
espíritu, su energía actúa como un veneno.
Muchas de nuestras enfermedades se deben a esta contaminación energética, a la ira
permanente, a los pensamientos de venganza y destrucción que ocupan nuestra mente.
También muchos de nuestros fracasos nacen en este aferrarse a dolores pasados
porque allí donde existe el resentimiento difícilmente pueda florecer una
actitud positiva hacia los demás.
Por eso, para curarnos, debemos perdonar.
Perdonar a quien nos olvidó.
Perdonar a quien nos agredió.
Perdonar a quien destruyó lo que amábamos.
Enviar Luz y paz para que la Luz y la paz regresen a nosotros. Perdonarnos a nosotros mismos.
Aceptar y cuidar al niño asustado, enojado o confundido que llevamos dentro y rodearlo de un infinito amor.
Convertirnos en amor para que el amor sea.
Y entonces así, crecer libres de toda atadura y de todo miedo, crecer en felicidad.