Navidad significa nacimiento, y el símbolo de la Navidad es una estrella, una luz en la obscuridad que sirvió de
guía para encontrar al salvador.
No veamos más esta estrella fuera de nosotros, sino brillando en nuestro cielo interno y aceptémosla como símbolo de que ha llegado
el tiempo del Cristo; el tiempo de reconocer nuestra verdadera identidad.
Dentro de cada uno de nosotros existe un Salvador que conoce nuestra totalidad, nuestra esencia. Es una sabiduría innata que, si la
utilizamos como una guía, nos conducirá siempre a experiencias de paz, armonía y amor.
Es algo muy especial que está en todos y es para todos.
Si no sacamos el mayor provecho de ella es sólo porque no la podemos entender y mucho menos aceptar.
Esta esencia en nosotros es la que conoce nuestra totalidad o nuestra santidad.
Pero como un amigo fiel, no llegará a donde no se ha le ha invitado.
Por lo tanto, vamos a comenzar nuestras fiestas navideñas abriéndole la puerta a este invitado tan
especial. No temamos abrirle la puerta y recibámosle sin expectativas.
El sabrá orientarnos, sin equivocarse y nos traerá regalos que no podremos encontrar en ningún lugar del mundo.
Tan pronto recibamos ese invitado tan especial, estaremos listos para preparar la gran fiesta. Pero, ¿cómo va a ser esta fiesta de Navidad?
Nuestro amigo no pide nada. No exige sacrificios de ningún tipo.
P
or lo tanto, en esta Navidad, cerremos las puertas a todo sacrificio estéril, a la culpa, al miedo a la escasez y demos paso a lo único que
tiene sentido en nuestras vidas, a ese regalo del cual derivan su existencia todas las cosas: el amor.