Y al despertar, de pronto,
desperezo hacia ti la mano, y no te encuentro.
Regresas a mi mente,
y tu ausencia es temor, soledad tu silencio.
¿De qué me sirve el ángulo
de los muslos abiertos,
de qué las dobles curvas
de caderas y senos,
si sólo te presentas como sombra en la sombra,
si sólo te aprisionan mi idea y mi deseo?
No quiero hacer yo misma
cuanto debieras tú, le falta voz y aliento
a mi mano, y el rito
de los roces sedosos, imprevistos o nuevos,
le faltan tus sudores,
tu gemido, el misterio
de lo que tantas veces has creado en mi carne,
y que parece siempre tan actual, tan inédito.
Cuando despierto y somos
yo orfandad y tú ausencia, cuando el hambre del sexo
me sacude en temblores, y me grita lujurias,
tengo miedo de hacerlo,
porque nunca es más honda, más triste, más doliente,
la soledad que luego
me atenaza, me ovilla, se desborda en mi noche,
como si sólo fueras imagen de un espejo.
Francisco Alvarez Hidalgo