Un niño se disculpa por algún error diciendo: “No lo hice a propósito”: Existe una sabiduría sencilla en esa disculpa. Mi propósito es ser Espíritu en expresión. Estoy aquí para utilizar mis dones divinos y ser una presencia benéfica en la Tierra. Seg ún llevo a cabo las ocupaciones del día, tal vez mis acciones, palabras y pensamientos no est én alineados ni sean motivados por un propósito.

De ser así, allí mismo donde estoy, me detengo y respiro profundamente. Centro mi mente y mi corazón, y reafirmo mi propósito. Para fomentar mi avance, perdono a los demás y me perdono a mí mismo, haciendo enmiendas y soltando según sea necesario. Cada día mi deseo es vivir con propósito, guiado por Dios.

Los amigos pueden compartir conmigo un conflicto o expresar una queja. Los escucho, mas estoy consciente de no agravar la situación añadiéndole energía negativa.

Sé que lo más considerado que puedo hacer por otra persona es afirmar, por medio de la oración, que el Cristo mora en ella y en las otras personas. El Espíritu omnisciente y omnipresente está activo en cada situación que compete a mis amigos, guiando a cada persona de manera divina, inclusive a mí.

Al centrar mi atención en esta Verdad, siento paz acerca de la situación. Obtengo claridad acerca de las palabras compasivas que puedo decir o las acciones afables que puedo llevar a cabo para transformar para bien esta circunstancia y servir a Dios.

Si me siento preocupado por una situación, lo mejor que puedo hacer es no enfocar mi mente en el problema sino en la solución. Dios siempre es la respuesta y la solución para cualquier desafío.

Cuando mantengo mi atención totalmente en Dios, no hay espacio para el temor. Gracias a la todopoderosa presencia de Dios en mi vida, discierno los próximos pasos que debo dar.

Medito en Dios. Me centro en la paz que proviene de mi ser interno. Respiro profunda y sosegadamente. Experimento mi vínculo sagrado. Sintiéndome apoyado, amado y guiado, enfoco mi atención en mi Creador. Afirmo: Dios es la respuesta. Abro mi mente al Espíritu divino y las respuestas llegan a mí y por medio de mí.

Jesús habló del perdón a través de todo Su ministerio, y lo demostró una y otra vez. ¿Por qué hacía tanto énfasis en esta lección? Quizás porque el perdón es una de las cosas más bondadosas que podemos hacer por los demás y por nosotros mismos; es una manera de honrarnos como seres espirituales.

Jesús perdonó a quienes lo persiguieron y a quienes cometieron pecados. Él expresó amor incondicional por todas las personas. Él vio a todos como creaciones de Dios dignas de perdón. Al llevar este mensaje a mi corazón y volverme receptivo al amor divino, comprendo el valor del perdón. Cuando dejo ir y perdono, soy más libre y feliz. Elijo vivir en un espíritu de amor, como lo demostró Jesús.

Cuán a menudo etiquetamos a los demás y a nosotros mismos. Nunca debemos definirnos ni limitarnos por los papeles que somos llamados a desempeñar en nuestras vidas humanas.

No existen límites para el Poder infinito de la creación que se expresa por medio de nosotros. Nuestra Fuente espiritual nunca nos declarará completos, ya que somos uno a través de toda la eternidad, siempre creando, siempre manifestando más nuestra divinidad. Nunca estamos separados, porque somos —individualmente y colectivamente—uno con nuestra Fuente.

Cuando vivimos en amor como expresiones de la Presencia y el Poder, expresamos la sabiduría y bondad del Espíritu a través de cada reto que superamos y cada decisión que tomamos.