La sabiduría eterna e interna me guía hacia dónde ir, qué hacer, qué decir y a quién decirlo. Al prestar atención al silbo apacible y delicado, mi relación personal con Dios se fortalece y Su voz se hace más clara.
Tal vez haya momentos cuando las personas cercanas a mí —amigos, compañeros de trabajo o familiares— puedan no estar de acuerdo con mis decisiones. Cuando esto sucede, recuerdo dejar ir la necesidad de aprobación de otros.
Prescindo de la necesidad de explicar o justificar mi comportamiento a quienes pueden sentir amenazado su sistema de creencias a causa de mis decisiones. Al vivir con autenticidad e integridad, experimento mayor paz y bienestar. Con fe y convicción, permito que Dios, y no otras personas, dirija mi camino.
El Señor dirige los caminos del hombre cuando se complace en su modo de vida.—Salmo 37:23