A
veces el llanto es hacia dentro. ¿Lo has sentido alguna vez? Bajas la
mirada, suspiras. De repente un recuerdo aparece y enciende la chispa,
se desguaza lo que tenías por escudo y después tus fuerzas se convierten
en gelatina. La mayoría de veces no puedes decirle a nadie lo mal que
te sientes. Esperas a que te pase, pero lo único que pasa son las horas y
tarde o temprano el nudo en la garganta se
vuelve demasiado grande que es imposible de deshacer. Alguna voz en tu
interior te dice «mañana será otro día», cada noche en la que comprendes
que todos los días son los mismos. Echas de menos, por una razón que no
entiendes, a alguien que le quita a tu corazón la capacidad de
defenderse por su propia cuenta. Cuando llueve sientes ser tú el que se
precipita. Días con cielos de plomo te cubren, mientras el resto de
personas disfruta de un verano apacible, esperanzador, incapaces de ver
el temporal que mantiene inundada tu alma. Buscas refugio en lo que sea,
y lo único que quieres es dormir. Lo peor es cuando no puedes hacer ni
siquiera eso. Y tienes que aguantar otro día mirando a gente sin rostro,
sonriendo por cortesía ante la presión de una vida que no es de tu
talla. Finges una tranquilidad tan cálida como el verano, y tus
demonios, esos que están acostumbrados al infierno, no dejan de bailar
bajo tu tormenta. Justo encima donde tienes el corazón.
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