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Creo a veces que las plantas son como las mujeres: les gusta
cambiar de traje. Por eso en Otoño arrojan al suelo todas sus
hojas amarillas y en Primavera se cubren de brotes brillantes.
¡Es que, de veras, es tan lindo ponerse un vestido nuevo! Y las
acacias se adornan de moños blancos, los aromas de lunares de
oro, los plátanos de borlitas verdes y los miosotis, como "Piel
de Asno", le piden al hada de las flores un vestido hecho de
cielo. ¡Hasta los cardos, tan ásperos, sienten despertar su
coquetería y se prenden entre las duras greñas un penacho azul!
¡Me río yo de los botánicos que quieren explicar gravemente los
fenómenos de la florescencia y de la vegetación! ¡Si al brotar y
al florecer las plantas no obedecen a otro impulso más que al
deseo de ponerse un bonito vestido nuevo! Por eso, también,
crecen con preferencia en torno de las acequias, de los
estanques, de los arroyuelos: para tener un espejo en que
mirarse.
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