Por debajo de nuestra piel, pero muy en contacto con ella, se encuentra un mundo que sin ser mudo, hace años que no escuchamos. Sus palabras se pierden en el abismo que existe entre lo que somos y lo que creemos ser.
Sus sonidos, gritos o risas, resuenan en el pecho, pero anudamos la
garganta para que no salgan y para que ni siquiera lleguen a nuestra
mente consciente, entonces lejos de desaparecer recorren cada una de
nuestras arterias, se apoderan de nuestros músculos y se aferran a
nuestras articulaciones. Sin maldad, pero buscando desesperadamente
medios de expresión, se funden con nuestro cuerpo; ya no existe
diferencia entre la forma del mismo y su forma. Con el tiempo,
caminamos con el ritmo, forma y color de cada emoción controlada,
sostenida y si bien a ellas, no se les permitió palabras, no permiten
que se emita ni una sola, que no lleve su vibración. Y aunque su cárcel fue no permitírseles lágrimas, se encargarán de reflejarlas en cada gesto.
Estamos aquí para hacer que la piel hable por nosotros y de nosotros, a
través del contacto; y desde el movimiento nos encargaremos de revelar
ese mundo, pues si bien, no somos esto que escondemos, habrá que curzar
por allí para descubrirnos.
De la red
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