EL Akitu, un festival babilónico que se realizaba
ya hace más de cuatro mil años, es el registro
más antiguo de la celebración del Año Nuevo.
La primera luna nueva después del equinoccio vernal
(marzo), el día con la misma cantidad de luz solar y
oscuridad, anunciaba el inicio de un nuevo año, marcado
también con la ceremonia en que se coronaba al
rey o éste renovaba simbólicamente su gobierno.
Desde entonces, todas las culturas celebran el comienzo
de un nuevo año. “En todas hay rituales sobre el cambio
de ciclo, asociado a procesos naturales, pasar de la
época seca a la lluviosa, a las cosechas, siembras.
Independiente de cómo se manifieste”, explica Mauro
Basaure, sociólogo de la U. Andrés Bello. El académico
agrega que está asociado a una necesidad antropológica
de establecer una parcialización del tiempo, “de que las cosas no solamente
continúen, sino que haya un quiebre o reinicio.