De la misma manera que muchas personas florecen en primavera, las hay
que se marchitan: se sienten más fatigadas que nunca (con un cansancio
que no se quita descansando o durmiendo); levantarse por las mañanas es
un acto heroico y el estado de abatimiento tiñe el día a día. Este viaje entre
marzo y abril al centro del agotamiento se llama astenia primaveral
y tiene una sola ventaja: que pasa después de unas semanas.
No queda claro si no hay estudios científicos porque la astenia primaveral
no existe o no existe porque no hay estudios científicos.
Sin embargo, los síntomas físicos y mentales de esta debilitante
tormenta son muy reales:
alteraciones del sueño, pérdida de apetito, anhedonia, irritabilidad,
ansiedad, tristeza, aturdimiento, agotamiento emocional y
falta de concentración.
CAUSAS PRINCIPALES
Las variaciones de presión atmosférica y de luz, el cambio horario
y los altibajos de las temperaturas alteran el funcionamiento de los ritmos
circadianos (reloj biológico regulado por la luz), modificando hormonas
como el cortisol (diurna) y la melatonina (la que induce al sueño).
Al haber más luz activamos mayor cantidad de la primera y menos de la segunda.
Para volver a reequilibrar este mecanismo necesitamos un extra de energía
que se traduce en mayor agotamiento. Con estos cambios también
se modifican los horarios y las rutinas. Para evitar que se
convierta en fatiga crónica es conveniente anticiparse activando los
hábitos de vida saludables: realizar ejercicio diario moderado
(mejor al aire libre); alimentarse de forma equilibrada y mantener el cuerpo
hidratado. Algunos médicos recomiendan tomar suplementos como
la coenzima Q10 para favorecer la energía en las células y mantener
un horario regular de sueño.
La buena noticia es que algunos estudios sugieren que, una vez pasado
este periodo de adaptación, el aumento de luz y el calor estimulan la
producción de endorfinas. Superado el túnel del terror primaveral,
vas a sentirte mucho mejor.
Isabel Serrano-Rosa
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