El crecimiento de un árbol comienza con una semilla. Cada semilla tiene en sí el plano del árbol y todo lo que necesita para lograr su crecimiento. Sin embargo, cada árbol requiere calor, agua y luz solar para germinar, echar raíces y crecer, para alcanzar su pleno potencial.

Yo crezco cada día a una versión más elevada de mí. Más allá del crecimiento obvio de mi ser físico, crezco continua e infinitamente en espíritu. Cada ser humano tiene en sí los atributos y cualidades de Dios, incluyendo la capacidad de crecimiento ilimitado. Hago mi parte para asegurar que tengo el sustento que necesito para apoyar mi desarrollo. Al crecer, expreso más de mi potencial divino.

He sido creado a la imagen y semejanza de Dios y, gracias a ello, gozo del don de la creatividad. Este don me brinda la habilidad de imaginar y establecer nuevas experiencias. Yo soy libre para crear nuevos pensamientos, sentimientos y respuestas. Trasciendo las maneras antiguas, concibo nuevas ideas y fomento nuevas maneras de ser.

Solo porque he pensado o actuado de cierta manera no significa que tenga que continuar haciéndolo. Estar presente y consciente me ayuda a estar atento a lo que pienso, y cómo esos pensamientos me hacen sentir y actuar. Observo mis hábitos para poder reconocer cómo estoy creando mi experiencia, y hago los cambios necesarios. Cuando creo nuevas maneras de pensar, fomento oportunidades para crecer.