Quizá una de las grandes facturas que ha cobrado la
cultura del consumismo y el espectáculo, es que
encontramos una gran satisfacción en placeres o
sensaciones inmediatos.
La rapidez que demanda el gusto por el instante,
también permea nuestras decisiones, pues se vuelven
más cortoplacistas.
Incluso en nuestras relaciones amorosas, quizá,
nos entregamos a aquello que parece atractivo,
sin tomarnos un tiempo para conocer más a fondo
a las personas.
¿Pero qué tiene qué ver lo anterior con la naturaleza?
Considerando que actualmente más de la mitad de la
población mundial vive en ciudades, un grupo de
investigadores holandeses de la VU University realizó
una investigación para contrastar los efectos del
contacto con la naturaleza.
En los resultados encontraron, además de respuestas
positivas como una mayor concentración y capacidad
de autocontrol por parte de las personas en contacto
con la naturaleza, una propensión a la proyección a largo
plazo en la toma de las decisiones de los participantes.
Lo más sorprendente, es que estos cambios no
los mostraron únicamente aquellos que estuvieron en
contacto directo con la naturaleza, también
aquellos que contemplaron una fotografía de esta,
o bien, las personas que tras su ventana contemplaban
un paisaje natural.
Como si la misma naturaleza al contemplarla nos
transmitiera un mensaje sobre el ritmo de la vida,
que no necesariamente sincroniza con nuestros relojes,
la interacción con lo natural refuerza en nosotros una
especie de inteligencia biológica.
Hasta cierto punto, el tiempo, al menos en su faceta
lineal, es un recurso cultural. Y quizá la noción que
tenemos de la inmediatez, y la satisfacción de
necesidades efímeras, responde a ese llamado artificial
pero, consecuentemente, nos distancia de los ritmos
que rigen al universo del que somos parte.
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