Dame tu brazo, amor, y caminemos, dame tu mano y sirveme de guía. Ya no quiero saber si es noche o día: mis ojos están ciegos. Avancemos. Dame tu estar, amor, en los extremos, tu presencia y tu infiel sabiduría: por los caminos de la sangre mía ya no sé si es que vamos o volvemos. Y no me digas nada. No es preciso. Deja que vuelva al pórtico indeciso desde donde no escucho ni presencio: Todo fue dicho ya, tan a menudo, que ahora tengo miedo, amor, y dudo de aquello que está al borde del silencio.
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