Los perros, como animales que son con sus propios instintos, no siempre cumplen las órdenes que les transmiten sus dueños, lo que puede llevar a episodios de regañina o gritos hacia esta mascota, con el objetivo de que obedezca y así aprenda. Sin embargo, un reciente estudio ha demostrado que quizá esto no sea una buena idea, ya que a largo plazo tiene efectos negativos en el animal.
La investigación, publicada en la revista científica PLOS One, señala que el entrenamiento aversivo como el castigo positivo o el refuerzo negativo pueden afectar al estado mental del perro a largo plazo.
¿Importa entonces el método de entrenamiento? Sí, según los investigadores. “Nuestros resultados muestran que los perros de compañía entrenados con métodos basados en aversión experimentaron un peor bienestar durante las sesiones de entrenamiento que los perros entrenados con métodos basados en recompensas”, indican en su artículo.
Esto no se reduce solo a las sesiones de entrenamiento, también ocurre en otros escenarios, según explican. “Los perros entrenados con proporciones más altas de métodos basados en aversión experimentaron un peor bienestar fuera del contexto de entrenamiento que los perros entrenados con métodos basados en recompensas”, aseguran.
Aunque no es la primera vez que se realiza este tipo de estudios, hasta ahora se realizaba principalmente en perros policía y de laboratorio. En este caso, se reclutaron 92 perros de compañía de varias escuelas de adiestramiento de Oporto: 42 de ellos procedían de tres escuelas basadas en métodos de recompensas como comida o juego, y otros 50 de cuatro escuelas que utilizan entrenamientos basados en aversión, como gritar o sacudir la correa del animal.
Tal y como explican los investigadores en su artículo, cada perro fue grabado durante los primeros 15 minutos de tres sesiones de entrenamiento, y se tomaron muestras de saliva para evaluar sus niveles de estrés del entrenamiento, que compararon con los niveles tomados en casa, cuando estaban más relajados.
Los científicos también analizaron el comportamiento de los canes durante el entrenamiento para buscar gestos de estrés, como puede ser bostezar, lamer los labios, levantar las patas o aullar.
A corto plazo, sus efectos fueron evidentes: aquellos perros con un adiestramiento aversivo mostraron comportamientos de estrés elevados, y su saliva también mostraba unos niveles de cortisol más altos al compararlos con las muestras tomadas en sus casas. Sin embargo, los animales en los que se empleó el refuerzo positivo estaban mucho más relajados al presentar menores comportamientos de estrés y niveles de cortisol dentro de la normalidad.
Para evaluar los efectos a largo plazo, los mismos perros volvieron a ser analizados un mes después de ese primer experimento. En esta ocasión, se les entrenó para que asociasen un cuenco en una habitación con un bocadillo de salchicha. Los investigadores movieron los cuencos por la habitación para ver cómo de rápido se acercaban los animales en busca de su preciado alimento.
En este caso, se interpretó que una mayor velocidad se asociaba a que el perro estaba aticipando un bocado apetitoso, mientras que una velocidad más lenta significaba que el perro era más pesimista sobre el contenido del recipiente.
Los investigadores comprobaron que los perros que habían recibido un adiestramiento más aversivo se acercaban más lentamente al cuenco, mientras que los del grupo de entrenamiento basado en recompensas aprendieron a ubicar el recipiente con comida de forma más rápida.
A raíz de estos resultados, los científicos han interpretado que un entrenamiento basado en recompensas “puede ser más efectivo”, y que a la larga es mucho mejor para la felicidad del perro.
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