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En las sociedades agrícolas, nunca dejó de ser un fenómeno meteorológico que condicionaba la abundancia de las cosechas.
Para los modernos urbanitas, en cambio, la nieve es un concepto estético… e incluso filosófico.
La nieve también produce una gratificación instantánea, porque nos devuelve a la niñez y a la siempre placentera sensación de no tener que ir al colegio. Nos lanzamos bolas, hacemos muñecos de nieve.
La nieve, omnipresente en literatura, cine, música, es anestésica. Pero no siempre lo ha sido. La fascinación por la nieve es un fenómeno relativamente reciente. En pleno 2017 el tiempo es un contratiempo, pero para la gente que vivía del campo, también para los que vivían en ciudades, la nieve ha sido históricamente una cuestión de vida o muerte. Resulta difícil imaginarse a un agricultor de 1500 lanzando entusiasta bolas de nieve frente a su campo asolado.
Estimulación, miedo, poder, pureza, uniformidad, aislamiento, protección, transitoriedad. La nieve produce todo esto y más. Y ahora, además, cuenta con la fuerza de un factor antes inexistente: los likes. Si nieva y no subes una foto a tus redes sociales, te cierran automáticamente las cuentas. Los esquimales tendrán decenas de palabras con las que describir la nieve, pero nosotros tenemos decenas de filtros para compartirla.
Lucía Taboada
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