Me sedujo el rumor de los sauces llorones,
quise ser un jardín para acoger sus ramas,
pensar bajo su sombra herida por las náyades,
dormitando en el eco del recuerdo y olvido.
Aspirar el aliento filtrado entre sus lágrimas,
suplantando el dolor, robado y hecho mío,
aún pretendo de él un postrer sacrilegio,
desgranando sus hojas en un juego de látigo.
Me detengo ante ellos y les hablo en silencio,
callan toda respuesta hecha de mansedumbre,
y entrelazan sus ramas en abrazo obligado
de ese viento tirano, que las mece y golpea.
Silencioso y paciente, sauce pleno de siglos,
que recoge en su tronco de nudos arrugados
palabras de poetastros que lloran a narcisos:
con pompa rebuscada, sin auténtico luto.
Por ser parte de él, invadirle y amarle
renunciando ya a todo, menos a pensar libre,
a sus pies yacer siempre mancillando su savia,
a sus pies, y regada por el eterno llanto.
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