Cuando uno tiene claro quién es no necesita el visto bueno
de nadie. Porque pocas sensaciones son tan liberadoras
como la de vivir sin necesidad de demostrar nada, sintiéndonos
auténticos, dueños de nuestras propias decisiones y
arquitectos de esos mapas donde habita la dignidad y un alma sabia,
libre y colorida.
Vivimos en una sociedad orientada a la galería. El mundo es
como un escenario teatral donde alguien establece qué
es lo normativo, qué es lo esperable y lo adecuado para que,
sin demorarnos demasiado, los demás nos pongamos a bailar
a ese compás. Día a día, y sin que nos demos cuenta,
nos convertimos en tristes actores secundarios de historias
inventadas: esas que nada tienen que ver con nuestra identidad,
con nuestros valores o principios.
Convirtámonos en los actores principales de nuestras propias
y maravillosas historias.
La mente es maravillosa
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