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Quizá una vez en tu balcón sentada, De las estrellas a la luz dudosa, Lejos, entre la noche silenciosa, Un grito oirás cual queja desolada.
Si en tu jardín vagando, dulce amada, Sobre una fresca y encendida rosa, Una lágrima miras temblorosa, En tus cabellos pon la flor preciada.
Pensarás que esa gota es de rocío, y es lágrima de oculto sufrimiento, Es gota del raudal del llanto mío;
y aquel grito no fue rumor del viento, Soy yo... que muero, y al morir te envío Mi último beso y mi último lamento.
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