Los seres humanos tienen la capacidad inconsciente de imitar el lenguaje,
los gestos y los ademanes de las personas con las cuales interactúan
y esta condición tiene la ventaja de producir simpatía en los otros
y de favorece las relaciones personales y comerciales.
Los expertos en conducta social denominan mimetismo a esta tendencia
humana natural.
Por ejemplo, está comprobado que una camarera recibe más propina
cuando repite el pedido de sus clientes.
Desde el punto de vista neurológico, este comportamiento se debe a que
la zona cerebral que registra la percepción de movimientos está vinculada
al área que gobierna los impulsos motrices.
Se puede observar que parejas que han permanecido unidas por mucho
tiempo terminan pareciéndose.
La imitación también influye en la apariencia externa;
Cuando se repite una expresión facial mucho tiempo, los músculos y los
vasos sanguíneos que intervienen en esos movimientos, pueden
modificar la fisonomía de una persona.
Cuando una persona imita a otra, siente que su interlocutor lo valora más,
que la relación es más armoniosa y que la comunicación es mejor.
Sin embargo, también puede ocurrir que el mimetismo perturbe la capacidad
de juicio y se priorice la relación en detrimento de la propia forma de pensar.
La conducta imitativa social varía de una cultura a otra. En Japón, por ejemplo,
en que los individuos valoran más la cohesión social y el espíritu comunitario
suelen imitar en mayor medida la conducta de los demás;
mientras en países occidentales, donde se valora más el rendimiento individual
y la independencia, lo hacen en menor proporción.
Los adolescentes imitan a otros para poder pertenecer a un grupo
y ser aceptados.
Las modas se imitan para no lucir diferente y ser discriminado.
Fuente: “Mente y Cerebro” “Camaleones Sociales”, Arnd Florack y Oliver Genschow.
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