Decía una alondra a un jilguero:
¿Qué será lo que existe más allá del bosque adonde nosotros hacemos nuestras vidas?
¿Qué habrá después del recorrido en vuelo más extenso, más allá de los últimos árboles?
Y el jilguero le respondió:
Más allá está el reino de los hombres, los que comen vida y crecen destruyendo, los que no escuchan el latido del corazón de la vida armónica, los que esclavizan nuestro canto y ponen límite a lo que no les pertenece, los que andan sin ir, los que cuando cantan, no dicen nada y, cuando lloran, sólo lo hacen con los ojos, los que se sienten dueños de todo, simplemente porque no pueden poseer nada, ya que no son conscientes de su eternidad. Los que han perdido su memoria y han olvidado cuál es su verdadera función para con todos nosotros.
Y la alondra se puso pensativa y triste y dijo:
Pero esos hombres tendrán una etapa en que son aún pequeños y cercanos a nosotros y, en ese estado, nos entenderán, vibrarán con nosotros y vendrán a nuestro mundo.
Y el jilguero le respondió:
Si, al menos, los dejaran volar con nosotros, si los dejaran venir a nuestro mundo, tal vez algún día cambiarían ellos a todos los demás; pero, desde pequeños, les hacen hostil la existencia y desde pequeños siembran en ellos la desconfianza y la incertidumbre. Hacen de sus corazones cuevas oscuras, en vez de cumbres soleadas. Hacen de sus vidas caminos vacíos en vez de serpenteantes veredas donde el perfume de las flores y la belleza de los árboles insten a la creatividad y a la realización interna.