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Los jardineros de la Tierra
Por David Topí
En un lejano monasterio un maestro le contaba una historia a su discípulo.
-
Escúchame con atención, pequeño – dijo el anciano – pues te voy a
contar una de las leyendas que corren respecto a la historia antigua de
nuestro planeta. Es una leyenda que ha ido pasando de generación en
generación y que todo el mundo en nuestra comunidad, llegado a una
cierta edad, debe conocer y comprender, pues encierra una gran lección
que tendrás que asimilar si deseas seguir formando parte de este bello
lugar.
- Te escucho maestro, te agradezco que puedas contarme la historia…
- Empecemos pues…
Hace
eones de tiempo, en el centro de nuestra galaxia, los maestros
arquitectos, grandes creadores de vida que vivían junto al Logos se
recreaban formando estrellas, soles y sistemas planetarios por doquier
en los cuatro confines de la Vía Láctea. Varios de esos arquitectos
planetarios, después de lanzar una estrella por aquí, un sistema por
allá, se percataron de que en uno de los sistemas solares ya creados
había hueco para otro pequeño planeta, y como estaban con el tono
creativo subido, guiñáronse el ojo unos a otros y dijéronse: “creemos un
lugar que sirva para ser disfrutado por todas las razas y seres que
existen en nuestra galaxia, creemos un pequeño paraíso ahí donde las
condiciones son óptimas para ello”.
Dicho y hecho, ese pequeño
paraíso fue formado primero a nivel energético, los moldes de los
diferentes cuerpos etéricos que iban a componerlo fueron creándose,
primero desde el plano más sutil hasta los planos más densos, donde
finalmente la materia empezó a condensarse y a formar una perfecta y
compacta masa sólida.
Las energías de los elementos empezaron a
mezclarse, el fuego y el aire, el agua y la tierra. Se formó el núcleo
del planeta, con vida y conciencia propia, se formaron los mares, cuyo
espíritu sentó las bases para la vida en el agua, se formaron los
primeros campos energéticos que dieron lugar a formas primitivas de
flora, se integraron la energía y furia del fuego en los volcanes y el
espíritu del viento en la atmósfera. A medida que millones de años iban
transcurriendo, pues los arquitectos creadores tenían que dejar enfriar y
reposar su creación, las energías combinadas de los elementos dieron
lugar a las energías de la naturaleza y crecieron árboles, plantas y
flores por doquier. Los elementales del fuego, del agua, del viento y de
la tierra manifestaron a elfos, hadas, ondinas, salamandras, gnomos y
todo un elenco de seres para velar por el buen funcionamiento y el
crecimiento de este planeta que nacía como una joya azul, vibrante, un
punto resplandeciente dotado de todo aquello que podría considerarse
necesario para que el nuevo planeta fuera uno de los paraísos y lugares
de reposo de toda la galaxia.
Así, cuando el planeta estuvo listo
físicamente, los grandes arquitectos informaron a diferentes razas de
la galaxia, y muchas se asombraron al descubrir tal maravilla en el
espacio, en un sistema solar tan poco conocido hasta entonces. Muchas de
ellas se convirtieron en jardineros y sembradores de vida, trajeron
muchas especies de animales y plantas de sus propios sistemas y las
añadieron a las especies que el planeta había manifestado en su propia
habilidad creativa. La Tierra se convirtió en un compendio de
conciencias que compartían un mismo cuerpo físico, que se autodenomino
Kumara, pues los espíritus de los elementos, la conciencia del núcleo
del planeta, los seres que cuidaban de la naturaleza y los propios
espíritus grupales de los arboles y los animales se unieron para
trabajar juntos por el desarrollo de la vida en armonía con el resto de
la Creación.
Desde el espacio, las múltiples razas que habían
sembrado parte de la vida orgánica se regocijaban desde sus naves al ver
como crecían las plantas, como avanzaban y se desarrollaban nuevos
animales, como la belleza del planeta se incrementaba en cada instante.
Sin
embargo, un buen día, desde una de esas naves desde donde se
supervisaba el desarrollo del planeta, algunos de los cuidadores del
mismo vieron pasar otras naves que rápidamente descendían hacia la
superficie del planeta azul. Estupefactos, pues no sabían de quien
pudiera tratarse, ya que todas las razas que habían colaborado en la
siembra del planeta estaban en permanente contacto respecto a sus
trabajos de “jardinería", decidieron enviar emisarios voluntarios para
ver que estaba sucediendo y quienes eran esos nuevos visitantes. Pero
para ello debían ir de incógnito, no sabiendo que podían encontrarse,
así que no les quedó otro remedio que entrar encarnando en una de las
especies que pudiera albergar, aun con dificultades, una conciencia de
alguno de los jardineros para que este pudiese observar que estaba
pasando de forma totalmente clandestina.
Así, uno de los seres
que monitorizaba el planeta decidió bajar, entrando primero en los
planos internos no físicos, donde diferentes guías y seres de luz le
indicaron como construirse un “alma”, que iba a ser el vehículo
energético que iba a necesitar para poder usar uno de los “contenedores”
disponibles, la vida orgánica más avanzada representada por una de las
nuevas especies de homínidos que se había desarrollado de forma natural
en los últimos miles de años.
El jardinero aprendió como
introducir su ser dentro de ese traje energético que los guías le
ofrecían y que habían denominado “alma”, y se fusionó con ella, pudiendo
entonces entrar en el plano físico.
Reuniéndose primero con el
gran espíritu de los animales, pidió permiso a ese ser que gobernaba
entonces la conciencia grupal de los homínidos para usar uno de sus
cuerpos físicos, permiso que le fue concedido, así que este jardinero se
vio finalmente encarnado en uno de los homínidos y pudo observar a los
seres recién llegados al planeta sin ser visto ni detectado.
Pero lo que vio le horrorizó.
¡Por todos los creadores de sistemas! exclamó.
Miles
de homínidos como el cuerpo que el mismo estaba usando habían sido
capturados, atados, encadenados, ¡y estaban haciendo experimentos con
ellos! ¿Como es posible? ¿Quienes son estos visitantes? ¿como pueden
estar dañando y haciendo esto con la vida en este planeta? El jardinero
se acerco más a uno de los centros donde se habían establecido los
visitantes del espacio, para intentar ver que pasaba, pero
lamentablemente también fue capturado. Lo tumbaron en una camilla y
empezaron a inyectarle cosas, a hacerle pruebas, a someterlo a terribles
experimentos.
El jardinero se disoció del cuerpo, salió del
mismo pues no era capaz de aguantar aquello, dejó que el homínido
falleciera y decidió volver a su nave y puesto de observación. Pasó
primero por el plano donde residía el gran espíritu de los animales,
allá se despojo de su alma, que reintegro con la energía del campo de
esa raza, y donde empezó a ver con tremendo horror como miles de almas
de homínidos llegaban cargadas con ira, rabia, dolor y estupefacción
ante lo que estaba ocurriendo.
El gran espíritu de los animales
no daba crédito, estaban matando, torturando y experimentando con su
contrapartida física y su ser, su conciencia, que no conocía más que la
pureza, tranquilidad y felicidad de la vida empezó a cargarse con
emociones poco conocidas hasta entonces. El jardinero se despidió del
gran espíritu y le prometió encontrar una solución a lo ocurrido. Tras
eso regreso a su nave.
Al llegar a la nave de vigilancia el
jardinero, ya con su forma y apariencia normal, informó al resto de
razas y miembros de su propia tripulación de lo ocurrido. En aquellos
momentos no sabían que hacer, ellos solo eran cuidadores de planetas, no
se habían encontrado nunca una situación de ese estilo. Estaban
desbordados por el escenario que se les planteaba en esos momentos.
El
jardinero que había bajado en primer lugar, siendo comandante de una de
las naves principales y responsable de la monitorización del planeta
hasta entonces en crecimiento, no tuvo más remedio que pedir a todo su
equipo que empezaran a bajar por múltiples puntos del mismo para recoger
información y entender que estaba pasando. Así fue como cientos de
seres de diferentes razas empezaron a encarnar en las primeras especies
de homínidos de la Tierra, para traer tras cada encarnación el máximo de
información posible.
Tras decenas de misiones, el propósito
estuvo claro. Otros grupos habían modificado genéticamente a los
homínidos para crear una nueva raza de seres que funcionaran como
esclavos, mano de obra y alimento para los intrusos. El paraíso que los
maestros arquitectos habían creado resultó ser no solo un lugar de
disfrute, sino uno de los planetas de la galaxia donde los recursos
minerales, de flora y de fauna, que habían sido implantados, terminaron
siendo un reclamo más que apetitoso para grupos que deseaban
aprovecharse de ellos, en exclusiva propiedad.
En aquellos
momentos, los jardineros no podían hacer nada más que esperar. Pasaron
miles de años, diferentes grupos de voluntarios iban bajando al planeta
de forma regular, encarnando en las nuevas formas físicas alteradas para
encontrar la manera de liberar a esos homínidos del yugo de esas razas y
restaurar el curso de la evolución. Sin embargo, ya no podían hacer
mucho. La manipulación genética rompió la conexión con el gran espíritu
de los animales, los nuevos cuerpos físicos creados ya no tenían
conciencia grupal sino individual y se veían separados los unos de los
otros.
Había nacido un nuevo “ser” en el planeta, un nuevo nivel
“evolutivo”, que no tendría que haber existido si las leyes evolutivas
naturales hubieran seguido su curso. Había nacido un ser que tenia
cuerpo homínido, pero parte de sus genes y de su mente presentaba rasgos
de aquella otra raza invasora, e incorporaba el carácter, la concepción
y la forma de entender la vida de la misma forma que sus maestros
creadores la entendían, sin las capacidades, potencial y conocimiento
para comprender porque eran así, o como podían ser de otra forma. Esto
último, por supuesto, no había sido transferido desde los creadores a
los creados.
El nuevo ser se llamó “humano”, y a partir de
entonces la vida en la Tierra cambió por completo. El nuevo “ser humano”
estaba desconectado de los árboles, estaba desconectado de los
animales, no podía ver a los elfos ni jugar con las hadas. El espíritu
del agua y del viento ya no podían susurrarle historias, y el ser humano
se volvió contra su planeta. Empezó a excavarlo para extraer minerales,
empezó a destruir bosques para construir palacios, empezó a matar
animales para hacer sacrificios, y empezó a destruir a la naturaleza
para arar sus campos y sembrar aquello que de forma natural no crecía en
ellos. Aprendió de sus creadores extraterrestres el concepto del poder y
la dominación de los unos sobre los otros, aprendió el concepto de la
manipulación del entorno para su beneficio, y lo peor de todo, es que no
se cuestionaba ni un ápice que estuviera haciendo algo incorrecto y
contranatural, pues no era consciente que ese no era el camino evolutivo
que los jardineros y arquitectos del planeta habían planificado para la
vida en la Tierra.
Sin embargo, por otro lado, la creación de
millones de vehículos orgánicos individualizados, sin conexión con una
mente grupal, permitió que cientos de miles de seres y espíritus de
otras partes de la Creación entraran y encarnaran en el recién creado
ser humano para experimentar una nueva forma de vida. Esos espíritus,
matrices de luz, porciones de la chispa divina nacidas del Logos
Galáctico, o de otros Logos, o de otras Fuentes más allá de nuestro
entendimiento, encontraron el recipiente perfecto para experimentar la
vida cada uno a su manera y ritmo. Comprendían las condiciones en las
cuales los vehículos que iban a ocupar habían sido creados, comprendían
que el planeta había sufrido una manipulación y sabían que se había
alterado el curso evolutivo planificado, pero la ley del libre albedrio
obligaba a respetar el desarrollo de la situación, y la oportunidad de
crecimiento y experiencia se volvía mas increíble que nunca con estos
nuevos parámetros, que, de repente, habían aparecido en un pequeño
sistema solar en los confines de la galaxia.
No así lo veían los
jardineros, pues, en todo momento, a lo largo de los miles de años que
habían estado cuidando el planeta, consideraron este desarrollo como
algo anormal, que había que solucionar. Pero, de nuevo, la ley del libre
albedrio obligaba, y solo podían hacer una cosa. Entrar a restaurar el
sistema desde dentro, tratar de volver a poner las cosas en su lugar,
encarnando una y otra vez para que el nuevo ser humano recuperara su
conexión con la naturaleza, la respetara, se diera cuenta de que había
sido creado genéticamente y estaba siendo manipulado constantemente,
como recurso, como mano de obra, como alimento.
Pero el problema
es que para poder entrar tenían que usar los mismos cuerpos físicos
genéticamente alterados, ya no podían encarnar en una especie homínida
inferior y “limpia”, pues era del todo imposible hacer así el trabajo ya
que en esos momentos el nuevo ser humano dominaba ya el resto del
planeta. Había que usar los mismos cuerpos físicos que habían sido
creados en laboratorios e implantados y cuyas características
primordiales que lo hacían compatible y respetuoso con el entorno habían
sido suprimidas, y tenían que jugar con las nuevas reglas. Así, cada
jardinero que entraba en el planeta tenia que luchar terriblemente por
romper los velos, las restricciones, y las limitaciones del vehículo
físico que ocupaba para tratar de hacer su trabajo y corregir el curso
de los acontecimientos.
Y era muy frustrante, porque la mayoría
de las veces se iba una encarnación tras otra sin conseguir romper el
velo del cuerpo físico y de la mente humana, sin poder hacer despertar a
la personalidad en la que se convertían tras la entrada, y en las pocas
ocasiones en las que un jardinero, que ya estaban entrando por millones
a lo largo y ancho del planeta, conseguía despertarse a si mismo, se
encontraba con que el resto de seres humanos eran imposibles de
despertar y no eran capaces de ver lo que había sucedido.
La
información que transmitían en algunos casos ya quedaba relegada a la
categoría de mitos y leyendas, cuando no de pura imaginación, pues los
creadores genéticos se habían apoderado del todo de la mente arquetípica
de la nueva raza, el ser humano, e instaurado el sistema de control
necesario para poder usarla. No así lo veían los arboles, los elfos, las
hadas, el espíritu del agua o el espíritu del viento, que empezaban a
sufrir las consecuencias de esta situación. Y cada vez empezaron a
protegerse más y a distanciarse más de unos seres con los que antaño
compartieron camino.
Además, ocurrió un suceso inesperado. Los
jardineros empezaron a generar karma. El planeta tenia unas leyes
evolutivas estrictas, y si deseabas entrar en él debías adherirte a las
mismas. Por el mismo diseño de los maestros arquitectos y del Logos
Solar, todo ser que quería encarnar debía usar un alma nativa, formada a
partir de los campos energéticos y planos internos del planeta, que
mantenían unida la materia del cuerpo físico y servían de recipiente a
la chispa divina que quería usarlos. Y esas almas tenían sus propias
reglas evolutivas, así que cuando se generaban situaciones y
experiencias con otras almas tenían que compensarse, balancearse y
cancelarse.
Para los jardineros se generó un doble problema. No
solo la frustración era por no haber despertado y por no haber podido
llevar a cabo la misión, sino por encima haberse liado más con el
sistema de vida en la Tierra, y haberse echado a la espalda compromisos
que a partir de entonces iban a tener que cumplir, retrasando su misión,
dentro de una planeta ya totalmente manipulado y bajo control de las
razas creadoras.
Durante miles de miles de años la situación
siguió igual, sino peor. Los jardineros originales, los que primero
entraron, pidieron ayuda, y millones de seres de otras partes
respondieron y empezaron a llegar, y a medida que el tiempo pasaba
empezaron a preparar un plan de choque que solucionaría el problema por
completo, si es que salía bien….
Todos los grupos que, por alguna
razón o por otra, se habían visto involucrados con el cuidado del
planeta y que conocían bien como funcionaban los ciclos evolutivos a lo
largo de la galaxia se dieron cuenta de que, en “breve”, algo importante
iba a suceder.
Se acercaba el final de un ciclo. Había una
oportunidad de hacer pasar al planeta a otro plano frecuencial, donde la
vibración y las energías encontradas modificarían por completo la vida
orgánica, produciría un cambio total en la estructura atómica de la
Tierra y con ello afectaría por completo a todos lo seres que lo
habitaban. Se terminaría así de un plumazo la existencia actual de
destrucción, la manipulación, y el control por parte de las razas
creadoras del ser humano como un ser “implantado” y fuera de lugar, que
se había convertido en una plaga y parasito para el resto de conciencias
y seres que habitaban la Tierra.
Largo tiempo el espíritu grupal
de las razas animales se lamentaba de los daños sufridos, miles de
especies que fueron traídas de otros planetas fueron sacadas de aquí por
los mismos que las trajeron, la naturaleza se había vuelto desconfiada
del ser humano, los elfos, ondinas, gnomos y hadas jamás se hacían
visibles para este, el espíritu del mar contenía la ira al ver como sus
aguas se iban polucionando y contaminando.
Pero los jardineros, y
las razas que creían que todavía era posible solucionar el problema no
dudaron un solo instante en redoblar sus esfuerzos para despertar al ser
humano, que, en su mayoría, seguía todavía sumido en su mentalidad
dominadora, arrasadora y conquistadora, como si fuera el ser más
inteligente que pisara el planeta en el que vivía, y sin darse cuenta
que el resto de conciencias y seres lo consideraban más bien una plaga a
exterminar. Si ya había millones de espiritus de jardineros de todas
las partes de la galaxia encarnando, millones más llegaron para seguir
encarnando y trabajando a destajo desde dentro. El Logos Solar, el padre
energético de la Tierra, viendo que se terminaba el tiempo, pegó un
grito desesperado que llegó hasta los grandes arquitectos de la
creación, en el centro de la galaxia, y estos también decidieron
intervenir. La Tierra era un planeta “enfermo” y necesitaba mucha ayuda.
Así,
se convocó una reunión. Representantes del Logos galáctico,
representantes de los árboles, el espíritu del viento, del agua,
representantes de los elfos y de las hadas, representantes de las razas
intraterrenas que habitaban el planeta en armonía mucho antes de la
creación del ser humano, y representantes de las diferentes razas de
jardineros que atendieron la reunión desde sus naves espaciales
empezaron a discutir que iban a hacer.
Algunos de los asistentes
pensaban que un “borrón y cuenta nueva” sería una buena solución, ellos
podrían encargarse de ello, limpiando el planeta de un plumazo y dejando
que este se regenerara por completo desde cero. Esto representaba no
subir de nivel evolutivo, sino mantener durante otro ciclo completo a la
Tierra en el nivel frecuencial actual, pero limpia, empezando desde el
principio. Otros, más benévolos, y entendiendo que el ser humano era un
producto inconsciente de laboratorio, que había sido creado y que
merecía una oportunidad para desarrollarse por si solo sin el yugo de
sus controladores abogaron por permitirles que tomaran las riendas del
cambio evolutivo en sus manos.
Para ello iban a ser guiados por
millones de jardineros que entrarían de nuevo justo antes del cambio, y
por los que estaban ya dentro, para instaurar las condiciones necesarias
para permitir al planeta el salto de nivel. Los jardineros empezaron a
buscarse entre ellos, y empezaron a despertarse unos a otros ayudados
por sus representantes que estaban fuera del planeta en las naves.
Cuando muchos de ellos empezaron a acordarse de quienes eran en realidad
y para que habían venido, pudieron empezar a recibir instrucciones y
planificar la última fase del plan de choque que debía implementarse,
algo que venia a ser como anclar una especie de manto energético que les
permitiría mantenerse sujetos al planeta cuando este tuviera la
oportunidad de cambiar de plano frecuencial dentro de la elíptica
galáctica en la que se encontraba.
Aun así, para ello, los
jardineros no eran suficientes en número, sino que hacían falta millones
de seres humanos “despiertos”, y dispuestos a ayudar, para enraizar
esas nuevas energías al planeta, de forma que este no se viera rechazado
por la fuerza del vórtice que permitía el paso dimensional, lo que
sucedería si la Tierra no era energéticamente compatible con el nuevo
entorno al cual se iba a desplazar.
El problema es que no todos
los asistentes a esa reunión confiaban en que los seres humanos lo
pudieran conseguir. Pero es que, si no lo hacían, si no estaban listos
cuando llegara el momento de la apertura del vórtice, con el nivel
evolutivo suficiente para mantener la malla frecuencial necesaria para
poder moverse de una zona a otra, el planeta se vería abogado a otro
ciclo completo dentro del mismo plano, no se habría producido el salto, y
aquellas razas que deseaban mantener al planeta como su zona de recreo y
de suministro probablemente habrían ganado la partida.
Y eso no podía ser.
Estas
mismas razas invasoras, ya lo sabían los jardineros, habían hecho y
repetido el mismo patrón en todos los otros sistemas que habían
conquistado, y, en algunos casos, habían llegado a destruirlos, volando
planetas enteros en pedazos por la codicia, la negatividad y el deseo de
poder sobre todo lo existente que existía en ellos. Y eso sería una
gran desgracia para los maestros arquitectos que tanto amor habían
puesto en la creación de la Tierra, y una desgracia para los espíritus
que desde la Fuente no tendrían entonces un lugar como este donde
experimentar y crecer.
Solo la Fuente entendía que estas razas
actuaban según su naturaleza, y que habían tomado la decisión hacia
eones, debido a la ley del libre albedrio, y como grupo, de renunciar a
mantener la chispa divina en su interior, por lo que, volviéndole la
espalda a la matriz de luz, sus almas se habían vuelto oscuras y
mortales, necesitadas de tecnología para subsistir. El ser humano, por
otro lado, jamás perdió la matriz de luz que residía en los homínidos, y
por ello su esencia era inmortal, pero pocos de ellos sabían que la
tenían, y muchos menos sabían usarla, dejarla salir y resplandecer y
hacer que fuera ese espíritu que había encarnado en ellos quienes
ayudaran a enderezar la situación del planeta, pues todos querían
hacerlo, mientras buscaban sus propias experiencias y adquirían sus
lecciones evolutivas particulares.
Solo por eso, o principalmente
por eso, se les dio a los seres humanos la oportunidad de lidiar ellos
mismos con el cambio evolutivo que tenían delante, aunque contarían con
la ayuda de los jardineros, cada vez más numerosos, tanto los encarnados
dentro del sistema como los que orbitarían y trabajarían desde fuera,
combatiendo si era necesario y literalmente hablando, a los que trataban
de hacer que los humanos no despertasen, y se mantuviesen bajo el
sistema de control implementado desde hacia ya miles de años.
El plan ya estaba en marcha, y todos empezaron a trabajar duro para ello, pues el tiempo apremiaba, y había aun mucho por hacer…
- Y así concluye la leyenda, mi joven discípulo….
-
Pero Maestro, ¡no puede ser!, no tiene final, ni moraleja, ¡ni me has
explicado que sucedió al final con los humanos y el planeta Tierra!!
-
Ah….- dijo el anciano maestro- es que eso aun no lo sabemos, porque,
pequeño, el final aun está por decidir, y es en estos mismos momentos
que la raza humana se está jugando su futuro…
Y entonces el
discípulo lo entendió todo, y se levantó, salió fuera al jardín. Se
arrodilló delante de un árbol, y le pidió perdón. Se levantó, fue al
rio, y le pidió perdón al agua. Se acerco a un cervatillo, y le pidió
perdón a los animales. Levantó su cabeza al cielo, se dejó mecer los
cabellos, y le pidió perdón al viento. Tocó la tierra con las manos, y
le pidió perdón al planeta entero. Y les prometió que no cesaría de
luchar hasta que el curso natural de la evolución hubiera retomado su
camino, y la Tierra volviera a ser el paraíso y el planeta creado para
ser disfrutado, como había sido el deseo de los grandes maestros
arquitectos y de todos los seres que en el residían.
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