Lo último que esperaba ver en una tarde de octubre explorando un cañón remoto del área de Cuatro Esquinas en el noroeste de Nuevo Méjico, era un Nativo Americano guardián de la sabiduría caminando hacia mí en el mismo camino. Sin embargo ahí estaba, de pie en la cima de la pequeña inclinación que nos separaba en la convergencia de nuestros senderos de ese día. No estoy seguro de cuánto tiempo había estado él allí. Para cuando lo vi, él estaba sólo esperando, vigilándome mientras yo caminaba con cuidado entre las piedras sueltas del sendero. El Sol de la tarde creaba un fulgor que lanzaba una sombra profunda a lo largo del cuerpo del hombre. Al levantar mi mano para dar sombra a mis ojos, podía ver unos cuantos mechones de pelo a la altura de los hombros que batían contra su cara.
Él parecía tan sorprendido de verme como yo. El viento me llevó el mensaje de su voz al colocar las manos ahuecadas a los lados de su boca.
‘Hola’, gritó
‘Hola’ le respondí. ‘No esperaba ver a nadie aquí a esta hora del día’. Acercándome un poco, le pregunté: ‘¿Cuánto tiempo has estado mirándome?’
‘No mucho’ respondió. ‘Vine aquí a escuchar las voces de mis ancestros en esas cuevas’, me dijo, apuntando con un brazo hacia el otro lado del cañón.
El sendero en el que estábamos serpenteaba a lo largo de una serie de sitios arqueológicos construídos hace casi once siglos por un misterioso grupo de personas. Nadie sabe de dónde vinieron ni quiénes eran.
Sin evidencia de la evolución de sus habilidades en el tiempo, las personas a quienes los nativos modernos simplemente llaman ‘los antiguos’ aparecieron en la historia un día trayendo consigo la tecnología más avanzada vista en Norteamérica durante el siguiente milenio.
Desde los edificios de cuatro pisos de altura y perfectas kivas (estructuras ceremoniales redondas) de piedra enterradas en el suelo, hasta los amplios sistemas de irrigación y los refinados cultivos que los sostenían, pareciera que este lugar simplemente apareció un día; y luego quienes lo construyeron simplemente se fueron.
Tan sólo desaparecieron
Los antiguos dejaron unas cuantas valiosas señales para decirnos quiénes eran. Con la excepción del arte rupestre en las paredes del cañón, no se encontraron nunca registros escritos. No hay sitios de enterramientos masivos ni cremaciones, ni instrumentos de guerra.
No obstante la evidencia de su existencia está allí: Cientos de edificaciones antiguas en un cañón de once millas de largo y una milla de ancho en un remoto rincón de un cañón desolado en el noroeste de Nuevo Méjico.
He ido a caminar por este sitio a menudo, a sumergirme en la extraña belleza de la desolación abierta y a sentir el pasado. En esa tarde de octubre, tanto el guardián de la sabiduría como yo habíamos venido a lo alto del desierto el mismo día y por la misma razón. Al intercambiar nuestras creencias respecto a los secretos aún guardados allí, mi nuevo amigo compartió una historia.
‘Hace mucho tiempo, nuestro mundo era muy diferente de como lo vemos hoy’, comenzó el guardián de la sabiduría.
‘Había mucha menos gente y vivíamos más cerca de la tierra. La gente conocía el idioma de la lluvia, de los cultivos y del Gran Creador. Inclusive sabían hablarles a las estrellas y a la gente del cielo’.
‘Ellos estaban conscientes de que la vida es sagrada y que viene del matrimonio entre la Madre Tierra y el Padre Cielo. En este tiempo había un equilibrio y la gente era feliz’.
Recordando los Regalos de Nuestros Ancestros
Yo sentí algo muy antiguo muy dentro de mí al escuchar la voz suave del hombre haciendo eco contra las piedras de arenisca que nos rodeaban. De pronto, su voz cambió a un tono de tristeza…
‘Entonces ocurrió algo’, dijo él. ‘Nadie sabe bien por qué, pero las personas comenzaron a olvidar quiénes eran. En su olvido, comenzaron a sentirse separadas – separadas de la tierra, entre sí; e inclusive de quien los creó. Estaban perdidos y vagaban por la vida sin dirección ni conexión’.
En su separación, ellos creían que tenían que luchar para sobrevivir en este mundo y defenderse de las mismas fuerzas que les dieron la vida con la cual habían aprendido a vivir en armonía y confianza. Pronto toda su energía la utilizaban para protegerse del mundo que las rodeaba, en lugar de hacer la paz con el mundo dentro de ellas’.
Inmediatamente la historia del hombre resonó conmigo. ¡Al escuchar lo que me decía, sonaba como si estuviese describiendo a los Seres Humanos de hoy! Con las pocas excepciones de culturas aisladas y remotos reductos de tradición que todavía quedan, nuestra civilización realmente se enfoca más en el mundo que la rodea y menos en el mundo interior.