Quizá no nos hagamos a la idea, pero muy cerca de nosotros hay un dispositivo adaptado para hacer viajes en el tiempo. Es el teléfono celular – o cualquier otro dispositivo con GPS (a no ser que seas dueño de un DeLorean 1982 con condensador de flujo). Los viajes en el tiempo suceden en todo momento – justo en este instante estamos haciendo un viaje temporal. Aunque nuestra realidad tiene una restricción un tanto particular: solo viajamos en una dirección, hacia el futuro.
Otra vez, es culpa de la Relatividad. Según lo explicó Einstein en 1905, el tiempo es relativo. Puede distorsionarse mediante la gravedad y por la velocidad. Cuanto más rápido se mueve algo, más demora el tiempo en pasar si se compara con el exterior. Y esto se mantiene así hasta que, a la velocidad de la luz, el tiempo simplemente se detiene.
Esta distorsión, calculada mediante la ecuación para la Contracción de Lorentz, se incrementa exponencialmente. Como se muestra en la gráfica cortesía del sitio Fourmilab (un sitio que viajó desde 1995 hasta nuestros días sin ningún tipo de modificación).
Es posible notar que la distorsión es meramente insignificante hasta que nos empezamos a aproximar a la velocidad de la luz. Si alguien tuviera la capacidad de viajar a la mitad de la velocidad de la luz, el tiempo avanzaría un 16% más lento. Al 90% de la velocidad, el factor se dispara a un 230% – si lo ejemplificáramos con un astronauta que surca el espacio dentro de una nave, cada día dentro de la nave serían 2 días y 4 horas en la Tierra. A 99.99999% de la velocidad de la luz, un día sería el equivalente a 6.1 años. Y a 99.9999999999999%, un día viajando en la nave equivaldría a 61 mil años normales en la Tierra.
El viajero del tiempo.