Felicité a una amiga alemana por el 20 aniversario de la caída del muro y me lo agradeció con una sonrisa. Por su edad -debe pasar de los 60-, los acontecimientos que dieron lugar a la construcción del muro, su existencia durante tantos años y su posterior caída no son para ella capítulos de un libro de historia, sino episodios a los que puede poner la cara de una abuela, de un primo o de un vecino.
La conversación empezó en Berlín, pero, como suele pasar, fue derivando. Hablamos de libertad y de democracia y ella me hizo una observación que al principio casi me ofendió por un punto estúpido mío de chovinismo, y que después me dio que pensar. Me dijo que muchos españoles aún no habían asimilado la democracia y que con ellos no se podía hablar de según qué cosas.
Se refería mi amiga a ese tipo de gente que no acepta que los suyos -su partido, su bando-, haya cometido no digo ya un delito, ni siquiera un error. Los suyos, faltaba más, todo lo hacen bien.
Para este tipo de gente, todo gira en torno a la ecuación nosotros frente a todos los demas. Yo no discuto que cada uno piense como le dé la gana, lo que cuestiono es la falta de autocrítica con uno mismo y con los de uno.
Hay gente, ya lo decía mi amiga, con la que mejor no sacar según qué temas, porque no van a ceder ni un àpice. Son los mismos que si tienen que elegir, siempre optarán por uno de los suyos, no importa que sea un saldo o un corrupto, si es de los suyos. Sectarismo lo llaman y hay mucho, mucho, mucho.