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Enviado: 06/10/2009 05:15 |
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Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia. Tito 3:4-5.
"El Padre mismo os llama"
El Padre celestial ama a sus hijos, no a causa de los méritos de éstos, sino porque él es amor (1 Juan 4:8). Dio la prueba de ello al entregar a su Hijo unigénito para quitar el pecado del mundo. La ira del Dios santo y justo se desató sobre Jesús, cuando sufrió el castigo que yo merecía por mi pecado. Por eso me puede otorgar un pleno perdón y soy justo ante Dios, si tengo fe en él. Me acepta, no a causa de mis esfuerzos, sino a causa de la justicia, definitiva, que me confiere en respuesta a mi fe. Dios me acepta sin condición, tal como soy; no aguarda nada de mí, excepto mi plena confianza. No mantenga la falsa imagen de un Dios indiferente, lejano o tirano. Jesús es el portavoz de las intenciones divinas: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 14:6; 6:37). Las intenciones de Dios son buenas y sinceras, son las de un Padre con los brazos abiertos para acoger a un hijo arrepentido que se vuelve a él. ¿Seguiría usted siendo desconfiado después de semejante recibimiento? Pero en el corazón de Dios hay más que cuidados protectores; bendice a esos hombres salvados, haciendo de ellos sus hijos, y reuniéndolos en una familia alrededor del Señor Jesús, su Hijo. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).
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