"Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo
por mi gemir todo el día" (Salmos 32:3).
Los asilos están llenos de personas que sienten disgusto por ellos mismos, que desearían huir de la vida para huir de ellos mismos.Cuenta la leyenda que un monje que vivía en un lejano desierto, a quien las tentaciones atormentaban de tal modo que ya no podía soportarlas, decidió abandonar su gruta y marcharse a otra parte con el propósito de buscar mayor paz interior.
Cuando estaba poniéndose las sandalias para llevar a cabo su decisión, vio cerca de donde estaba, a otro monje que también se estaba calzando las sandalias.
-¿Quién eres tú?-, Preguntó al desconocido.
-¡Soy tu corazón!, fue la respuesta. -Si es por mi causa por la que vas a abandonar este
lugar, es mejor que sepas que, vayas donde vayas, yo iré contigo. Venimos juntos al mundo y no podemos vivir uno sin el otro. Donde estés, estoy contigo, porque soy tú mismo, y así te fastidies lo que quieras, tienes que seguir conmigo, porque soy tú mismo.
El hombre puede huir de los demás, de la familia y de las obligaciones de la vida; incluso, puede recluirse en un lugar ignorado de la tierra, puede dar la espalda a sus compromisos sociales, a su educación y a sus creencias, pero de sí mismo, no hay escape. Tanto si le gusta como si no, usted jamás puede alejarse de usted mismo. Un joven que había cometido un crimen, recorrió varios países intentando huir, pero al fin exclamó: "vaya donde vaya, seguiré siendo yo mismo, y yo mismo soy el castigo por el mal que hice ¿dónde lograré exiliarme de mí mismo?"
Esta es una ley infalible: Vivimos con lo que somos. Tal vez para algunos esto sea un cielo, una delicia, y para otros un infierno, un aburrimiento insoportable.
En algunos hombres, la felicidad surge de su corazón. Son seres vivos y vibrantes, con el puro gozo de vivir. Para ellos la vida es una aventura siempre nueva. Cada mañana significa otro principio más. Cada noche la profunda satisfacción de un día vivido plenamente. Tales seres encuentran constantemente en sí mismos riquezas sin explorar, nuevos manantiales de felicidad. Es un gozo vivir con una personalidad así.
Pero en otros hombres es todo lo contrario: tienen una personalidad dividida. En ellos late un espíritu destructor y contencioso. Casi siempre están enemistados consigo mismos. No son una personalidad, son una guerra civil, su carácter desea el bien pero con demasiada frecuencia se dejan arrastrar por el mal. Estos hombres poseen una personalidad acosada por remordimientos debido a errores pasados. Vivir así es un infierno. Y no hay escape. Cuando no encontramos satisfacción en nosotros mismos, es inútil buscarla en otra parte. Tenemos que vivir con lo que somos.
Un hombre puede soportar casi todo mientras pueda ser capaz de soportarse a sí mismo. Puede vivir sin libros, sin amigos, sin música, mientras pueda escuchar sus propios pensamientos. ¿Que hacer para desarrollar una personalidad con la que podamos vivir sin la tiranía de una conciencia acusadora? La psiquiatría utiliza sus propios métodos de diagnóstico y tratamiento. La palabra de Dios aporta a la mente turbada la experiencia del perdón de Dios a través de la obra de Cristo en el calvario; y con él, una paz indecible.
Necesitamos cultivar a toda costa una personalidad con la que podamos vivir en paz. Vivir culpándose así mismo es nocivo. Debemos examinar nuestra conciencia, ponernos en paz con Dios y erradicar así la culpa que es el cáncer del espíritu.
El rey David se sintió desgarrado por el sentimiento de culpa originado en su grave pecado. Su vida emocional se mantuvo en un estado caótico. Él oró:"Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer
David nos cuenta cómo recuperó el equilibrio emocional y la anhelada paz de su mente: "Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste"
David nos dice finalmente cómo puede uno experimentar alivio y recuperar la dignidad personal y la autoestima: "Feliz el hombre a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo. Feliz el hombre que no es mal intencionado y a quien el Señor no acusa de falta alguna"
"La culpa es el regalo que uno se da a sí mismo
y se vuelve a dar y se vuelve a dar..."