"Usted está de patrulla cuando hay una explosión en la siguiente calle. Tras investigar, descubre un enorme agujero y una camioneta volcada en las cercanías:
1. Dentro de la camioneta hay un fuerte olor a gasolina. Sus dos ocupantes, un hombre y una mujer, están heridos.
2. Usted sabe que el chofer no tiene permiso para conducir y que su acompañante es la esposa del inspector de usted.
3. Un automovilista se detiene a ofrecer ayuda, y usted reconoce en él a un delincuente a quien se busca por robo a mano armada.
4. De pronto, otro hombre sale corriendo de una casa vecina y grita que su esposa espera un bebé y que la conmoción del estallido le adelantó los dolores de parto.
5. En ese momento, usted oye que alguien pide auxilio porque la explosión lo lanzó a un canal adyacente, y no sabe nadar. Explique en pocas palabras que haría.
El comandante comentó entonces que, según contaban, uno de sus más inteligentes y jóvenes oficiales caviló un rato sobre este problema. Luego, escribió: "Me quitaría el uniforme y me mezclaría con la gente".
¡Claro, eso es lo más fácil! Desdichadamente, hoy también hay muchos que se han quitado el uniforme para no comprometerse con nadie y quien puede ir por la vida sin sentir dolor; quien en éste tiempo no este preocupado, triste y angustiado por la suerte de sus hermanos, es porque esta maduro para la muerte, o quizá no haya nacido todavía, o es un eunuco mental.
Pero tenga cuidado: La indiferencia es moneda que nos devuelven los demás con crecidos intereses. No es la isla desierta ni la aridez del terreno lo que le aparta de quienes ama. Es la sequedad de su mente y lo desolado de su corazón lo que le hace vagar sin rumbo y ser un extraño para ellos.
¿Recuerdan ustedes las imágenes que presentó la televisión el 11 de Septiembre de 2001 a raíz del atentado terrorista contra los Estado Unidos? Pues bien, mientras nosotros aquí nos reconocíamos con horror en esos neoyorquinos que caminaban atónitos, cubiertos de polvo entre los escombros, los palestinos hacían tal demostración de júbilo ante las cámaras, que más parecía estar celebrando el haber ganado un mundial de fútbol. La sensibilidad social es el mejor nombre del amor pero este tipo de insensibilidad es la imbecilidad del alma. ¡Es el colmo de la indiferencia y el cinismo!
La sensibilidad nos saca de la indiferencia y nos impulsa a amar a los pobres de afecto o de pan. Tal vez no podemos hacer el prodigio de multiplicar panes, pero sí podemos hacer el "prodigio" de repartir algo de los panes que tenemos. Si no podemos sanar a los enfermos, por lo menos podemos visitarlos.
Si la religión no nos da paz interior y a la par, compromiso exterior, estamos en nada, esa religión es un piadoso engaño. Si nuestra religión no nos mueve a crear relaciones de hermandad con una profunda sensibilidad social, esa religión es un calmante.
No sabemos el nombre de quienes clavaron a Cristo en la cruz. Apenas si recordamos el de aquellos que lo juzgaron falsamente y que, injustamente, lo condenaron a morir. Pero, de entre todos ellos, el nombre que más recordamos es el de Pilatos, el que se lavó las manos y se mantuvo al margen de los acontecimientos.
En los verdugos hubo mayor ferocidad; en los jueces hubo mayor saña pero en Pilatos hubo sólo tibieza, medrosidad, indiferencia. Y eso es lo que se nos ha quedado en nuestra memoria. Nos acordamos de él en la oración del Credo y en expresiones del habla popular. Su cobardía, su falta de compromiso, siguen vivas. Su historia nos enseñanza que, merecen reprobación quienes hacen el mal, pero mayor condena merecen aún los que, pudiendo evitarlo, no lo evitan. La maldad es muy culpable; la indiferencia es más culpable aún. Eso es lo que Pilatos nos enseña mientras nos lo imaginamos lavándose las manos.
El mundo no sólo está amenazado por las personas malas, sino por aquellos que permiten la maldad. Hay sí más buenos que malos. Lo que ocurre es que los malos hacen más ruido que lo buenos. ¡Sea diferente, difiera con la indiferencia!
"El mundo se derrumba y yo de rumba"
¡B e n d i c i o n e s!
Myriam_Lhamya