Las consecuencias del mal
Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir
(Apocalipsis 21: 4).
LA OBEDIENCIA a las instrucciones de Dios generaba salud y bienestar
físico; mientras que la desobediencia, enfermedad y sufrimiento.
No es
que Dios traiga salud o enfermedad directamente, sino que sus principios
operan mediante la ley de causa y efecto.
Dios no hace normalmente
milagros para evitar que cosechemos lo que hemos sembrado.
En algunas
ocasiones lo ha hecho, cuando lo ve conveniente y apropiado de acuerdo a
su sabiduría superior. El Señor sanó una vez a un paralítico, y luego
le dijo:
«Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no sea que te
ocurra algo peor»
(Juan 5: 14).
Estas palabras indican que, para Jesús,
la parálisis del hombre era consecuencia de su vida de pecado;
y que,
por lo tanto, la enfermedad podría venir por el pecado.
Es importante reconocer que la enfermedad y la muerte son causadas por
la existencia del pecado.
El dolor y la infelicidad son productos del
mal. Donde no hay pecado, no hay enfermedad. En la tierra nueva no habrá
nada de esto, porque no existirá el mal.
Sin embargo, no debemos pensar
que toda enfermedad procede necesariamente de la desobediencia directa a
la voluntad de Dios, ni que todo aquel que goza de bienestar físico
vive necesariamente en armonía con Dios.
En una ocasión, los discípulos
de Jesús vieron a un hombre que sabían que había nacido ciego. Luego le
preguntaron al Señor: «Rabí, para que este hombre haya nacido ciego,
¿quién pecó, él o sus padres?»
(Juan 9: 2, 3).
Evidentemente, los
discípulos pertenecían a esa clase de personas que creen que toda
enfermedad viene directamente de un pecado cometido. Jesús no era de esa
opinión:
«Ni él pecó, ni sus padres [...], sino que esto sucedió para
que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida».
El Señor rehusó
juzgar la condición espiritual de las personas sobre la base de si
tenían o no salud física.
Muerte y limpieza
Porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo
(Calatas 3: 27).
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