Aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. Filipenses 3:8. Nueva escala de valores
Un día, en el camino a Damasco, Saulo de Tarso encontró a Aquel que trastornó su vida y transformó su escala de valores. La visión celeste, esa “luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol” (Hechos 26:13), iluminó las profundidades de su ser. Aquel que lo interpelaba desde el cielo era justamente Jesús, a quien perseguía con odio, encarnizándose contra sus discípulos. Desde entonces Saulo apreció todas las cosas con esa nueva y divina luz. Hasta aquel momento, pesado en la balanza humana, era “irreprensible” (Filipenses 3:6), pero sólo en apariencia; bajo la luz divina se vio a sí mismo como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15). Sus preciosos privilegios de raza, secta, religión y sus dotes personales se redujeron a su verdadero valor. Los estimó como “pérdida”, “basura”, que ya no sirve para nada. En cambio, ¿qué ganó? ¡A Cristo mismo! Es muy natural despojarse de todo, cuando se admira y se ama a una persona que llena nuestro corazón. ¿Por qué, pues, o más bien, por quién renunció Pablo a todas estas ventajas? ¿Es necesario insistir tanto en el renunciamiento en la vida cristiana? Sí, porque es para conocer mejor a la persona a quien más se ama, para conocer personal e íntimamente a Cristo Jesús, “mi Señor”. No es un conocimiento teórico, sino práctico, vivo, es el conocimiento de aquel que tiene toda autoridad sobre mi vida y con quien gozo de una dulce comunión.
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