Cicatrices del alma
Las contusiones y heridas recibidas sobre nuestro cuerpo, cuando son severas nos dejan una marca(cicatrices) permanente, de por vida. Personas que han sufrido accidentes, han estado en una guerra, o han sido víctimas de violencia fisica y maltrato, conservan en sus cuerpos, una marca que les recuerda un trágico momento de sus vidas.
Pero hay heridas que son invisibles a nuestros ojos fisicos pues no se tratan de heridas del cuerpo, sino del alma. De alguna forma u otra, la mayoría de nosotros cuenta con estas heridas del corazón.
Estas cicatrices pasan la mayoría de las veces inavertidas para los demás. Sonreímos, saludamos, conversamos con los demás en forma normal. Somos a veces a los ojos de demás, personas a las cuales la vida le sonríe. Pero bien sabemos que al mirarnos en el espejo de nuestros recuerdos, vemos allí, las heridas que nadie puede ver, sino solamente nosotros. No podemos borrarlas, ni ignorarlas, ni olvidarlas, simplemente están ahí.
Surge en nosotros un sentimiento de impotencia, que exclama en un suspiro silencioso: "Ah si alguien supiera de mis heridas y tristezas.
Quizá ninguna persona las sabe...pero Dios si las sabe. Quizá me dirá que esto no es ninguna noticia nueva, pero dejeme mostrarle este versículo de la Biblia, donde declara que actitud toma Dios hacia los heridos del alma. "Él sana a los quebrantados de corazón, y sana sus heridas".
Muchas poersonas por impotencia frente a las heridas sufridas en el pasado, se rebelan contra Dios, cerrándole la puerta de su corazón. Es cómo quien se enfada con su médico porque padece una dolencia.
Uno puede estar toda la vida preguntandose ¿Porque me afectó esto a mí? A veces se pueden encontrar las respuestas y otras no. Pero lo cierto es que continuar en este estado, de autocompasión, sin entregar nuestra vida "al médico divino", antes que mejorar, nuestro estado empeorará.
Oración:
Padre, gracias por tu Hijo Cristo Jesús que fue herido en la cruz del calvario por todos nosotros. Su cuerpo fue maltratado, por los clavos, por los latigazos y la corona de espinas, para darnos el regalo inmerecido de la salvación eterna. Muchas gracias en el nombre de Jesús, amén.