Como queréis que hagan los hombres con vosotros,
así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman
¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.
Lucas 6:31-32

Este es el nombre que podría ser dado al amor humano. En efecto, usted y yo siempre estamos dispuestos a amar a las personas que nos aman, las que nos parecen simpáticas y amables.
El amor de Dios es de una naturaleza totalmente diferente. Se manifestó hacia nosotros cuando aún éramos débiles, impíos, pecadores, enemigos (Romanos 5:6, 8, 10). El hombre ama cuando halla en otra persona motivos para ello: llamemos a esto un amor de preferencia. Al contrario, todos los motivos de Dios para amarnos se hallan en su propio corazón, de modo que ese amor se extiende a todas las criaturas humanas, sin ninguna distinción.
Por eso Dios espera del hombre una justa respuesta a su amor: “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Ese amor produce en nosotros, los creyentes, la obediencia de corazón. A esa obediencia Jesús y su Padre, quien también es nuestro Padre, hacen eco, dejándonos aún esta nueva promesa: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). ¡Que el Señor nos conceda experimentarlo ricamente cada día!
“Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).
De la red



