Evidentemente el pueblo hebreo, en los tiempos ya remotos del Antiguo Testamento, apreciaba en gran manera a los que ya habían alcanzado no solo la madurez, sino las edades avanzadas. Dichos proverbiales siempre representan la sabiduría destilada de un pueblo, y el libro bíblico de los Proverbios está repleto de esta clase de afirmaciones. Este libro en referencia a la tercera edad declara: «Las canas son una digna corona, ganada por una conducta honrada» (16.31). «El orgullo de los jóvenes está en su fuerza; la honra de los ancianos, en sus canas» (20.29).
En nuestro tiempo este respeto y aprecio ha sido víctima de la filosofía de la superioridad de la juventud en todo sentido y en todos los aspectos de la vida. Las personas que ya han cumplido sus cuarenta años saben que hay muchas empresas que ni consideran las solicitudes de trabajo; ya que, se les considera viejos. La señora Estrella Cartín de Guier, en un escrito publicado en el periódico La Nación, (San José, Costa Rica) dijo: «Es por deformación cultural, que existe en nuestra época la tendencia al desprecio del anciano. La antigüedad rindió culto y respeto al hombre de edad avanzada.»
El salmista expresa la actitud hebrea en cuanto a los valores de la madurez cuando escribe:
Dios mío, tú me has enseñado desde mi juventud, y aún sigo anunciando tus grandes obras .
Dios mío, no me abandones aun cuando esté yo viejo y canoso, pues aún tengo que hablar de tu gran poder a esta generación y a las futuras (Salmo 71.17, 18).
En cambio, hoy en día la tendencia casi universal es marginar a los ancianos de los sectores productivos de la sociedad porque, como se cree en muchas partes, son una carga para sus propias familias y en la vida comunitaria en general.
Muchísimas personas que han adquirido y que todavía poseen pericia, habilidad y competencia están arrinconadas en sus propias casas y sometidas a pasar las horas en su mecedora, por una sola razón, ya se consideran viejas. Nadie busca y escucha opiniones porque, según se cree, no están al tanto de lo que son los temas y los conceptos que rigen al mundo moderno; pues se les considera anticuadas y obsoletas, representantes de una época ya pasada a la historia.
Hoy en día es difícil encontrar en nuestra sociedad la actitud positiva en cuanto a la edad avanzada, la cual es expresada en linda poesía por el salmista.
Los buenos florecen como las palmas
y crecen como los cedros del Líbano.
Están plantados en el templo del Señor;
florecen en los atrios de nuestro Dios.
Aun en su vejez, darán fruto;
siempre estarán fuertes y lozanos,
y anunciarán que el Señor, mi protector,
es recto y no hay en él injusticia.
(Salmo 92.12-15).
Como evangélicos creyentes en la gracia, el poder y la bondad del Señor, tengamos cuidado de no caer en la trampa de aceptar la evaluación pesimista de la gran parte de la sociedad moderna, en cuanto al rechazo y abandono de nuestros mayores. Ellos tienen riquezas para compartir con nosotros y contribuir a nuestra vida.
La edad avanzada no tiene que asociarse con la decadencia. Dice Estrella Cartín de Guier citada arriba: «¿Por qué no mirarla como la llegada a una cumbre desde la que contemplamos bajo otra perspectiva el camino andado? Adquirimos una visión más sabia y más serena de la existencia. Se nos hace más claro el sentido de la vida y aprendemos a apreciarla como un don maravilloso, que nos permitió experimentar esa imponderable aventura de amor, desengaño, alegría, entrega y solidaridad, como paso por este mundo.